Sobre la voluntad de poder

Sobre la voluntad de poder

Sobre la voluntad de poder

José Mármol

Nietzsche fue, en el siglo XX, de acuerdo con la expresión de Martin Heidegger, el último de los grandes filósofos alemanes. Su obra debe ser entendida como un puente conceptual y vital. No como una meta.

La voluntad de poder, en tanto que cantidad de fuerza activa, subvierte lo establecido y promueve la transmutación de todos los valores.

La sentencia “Dios ha muerto”, poco tiene que ver con el anticristianismo nietzscheano. No es indicativa de un final. Más bien, abre los caminos del filosofar para buscar nuevos horizontes, partiendo de lo que el filósofo denomina inocencia trágica del devenir.

En la noción de voluntad de poder Nietzsche logra articular, como tarea para socavar la metafísica occidental, la fuerza instintiva que conlleva el amor por el saber, como definición de la filosofía, y también la estrategia de poder y dominio que el saber entraña.

Antes que Nietzsche, Schopenhauer reconoce en la voluntad, en tanto que instinto, la capacidad para no solo interpretar, sino construir un mundo. De ahí el poder de verdad que hierve en el registro metafórico de su máxima “A cada voluntad un mundo”.

Sin embargo, Nietzsche no concibe la voluntad como una esencia natural, como una verdad absoluta distanciada de la inteligencia. Cuestiona toda filosofía que, desde una perspectiva socrática, instaure verdades, porque de esta forma la filosofía se torna paráfrasis de la religión.

Al definir la filosofía como “un platonismo al revés”, Nietzsche se distancia de toda pretensión metafísica, incluso, la de Schopenhauer.

Niega la voluntad como lo esencial, lo puro de toda existencia que actúa sobre los nervios, la materia o el conocimiento.

Nietzsche asume que la voluntad actúa, en efecto, solo sobre otra voluntad. Acción significa, en el lenguaje nietzscheano, movimiento hacia el incremento de la voluntad de poder, de su cantidad de fuerza.

En consecuencia, se trata de una voluntad de poder, superior o inferior, que actúa sobre otra voluntad de poder. Filósofos posteriores como Michel Foucault y Byung-Chul Han van a entender el poder como la proyección, desde un sujeto sobre otro, de su propio yo, su propio saber-poder y su propia pretensión de dominio.

Para Nietzsche, en definitiva, el ser del mundo es la voluntad de poder. Se coloca como el filósofo del valor y del poder, dado que todo lo existente, en cuanto que resultado o expresión de una tensión o desequilibrio de fuerzas, es permeado por el valor y el poder.

Los valores establecidos no son más que nuestras propias valoraciones o apreciaciones convertidas en poder y saber dominantes. Lo moral per se no existe, sino su valoración.

La voluntad es voluntad de poder. Este aserto concuerda con la idea nietzscheana según la cual, desde una visión perspectivista, el mundo es una metáfora que deriva de la capacidad de ficción del individuo a partir de las cualidades del lenguaje como entidad simbólica por excelencia.

La poesía y la filosofía son un mismo orbe metafórico e ilusorio. La voluntad de poder es un sentimiento en cuya dinámica se abre la posibilidad de construir el devenir.

En el contexto de su obra La genealogía de la moral (1887), además del establecimiento del método genealógico de análisis de las relaciones de poder y la profundización del concepto pathos de la distancia, Nietzsche logra diferenciar poder y dominio.

El dominio implica un uso degenerado de las fuerzas: una debilidad, una impotencia que redunda en no-poder. Remite al triunfo de los instintos reactivos del rebaño, de su resentimiento sobre la valoración como resultado de la transmutación de todos los valores. Impone sobre la cultura el registro histórico del predominio de lo negativo sobre lo afirmativo.



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