Señales inequivocas entre el bien y el mal

Señales inequivocas entre el bien y el mal

Señales inequivocas  entre  el bien y el mal

Roberto Marcallé Abreu

Cada cuatro años, todos y cada uno de los dominicanos debe asumir una decisión en la que está en juego el presente y el futuro individual y colectivo de quienes nacimos en nuestra media isla.

Las elecciones son una decisión personal y trascendente que debe ser meditada con suma cautela. Es vital desprenderse de apetencias particulares.

Somos consecuencia de nuestras decisiones y estas, a su vez, pueden fundamentarse en lo mejor de nuestros sueños y anhelos o en las desviaciones más oscuras de la condición humana.
Por eso nuestras elecciones son un espejo que define mucho de cuanto somos.

El ciudadano, en ese orden, es el reflejo de su país, de su historia, y en sus decisiones radica la esencia misma de lo que debería ser y de lo que no, de cara al presente y al futuro. Nos referimos a la meditación centrada en el destino individual y colectivo.

Desde los años sesenta, cuando la dictadura de Rafael Trujillo quedó atrás (o formalmente en el pasado) muchos de los nacidos en nuestra tierra, han hecho conciencia de lo que es bueno y lo que es malo para la generalidad de los dominicanos.

Hemos sufrido tropiezos y enfrentado indecisiones y dudas. Hemos dividido nuestras percepciones entre los que tienen sueños e ideales y luchan por ellos y aquellos que se arrastran, carecen de amor, de ideales, y sus almas están desbordadas de apetitos, perversidades y malquerencias.

Apetitos, no sueños, que subyacen en su naturaleza extraviada como una pasión destructiva que les impulsa de forma avasallante.

Lo sabemos: los apetitos carecen de moral. Nada salvo sus aviesos propósitos les importa. Suelen imponerse con frecuencia ante la tibieza o la tolerancia de las mejores intenciones y hasta de la grandeza de espíritu. Sus víctimas propiciatorias son personas que terminan por perder toda clase de escrúpulos o que, sencillamente, carecen de integridad.

El bien o el mal son elecciones. Como seres racionales poseemos la capacidad para separar el grano de la paja. Duarte era el símbolo concreto del bien entre nosotros. Era la personificación del amor, la bondad, el desprendimiento ilimitado por su Patria y por los suyos.

Nuestra historia está repleta de desviaciones aberrantes, de la entronización del mal, de apetitos monstruosos y maldades sin límites. Las mejores manifestaciones del ser nacional han sido creación de personas desbordadas del amor por los suyos, por su tierra, por los sueños y anhelos de nuestros mejores mujeres y hombres.

Desde el 1961 hasta la fecha, nuestra realidad se abre como un libro que nos señala con claridad lo que son los ideales y los que son los apetitos. Basta con apreciar, de manera transparente lo que simbolizan los unos y los otros, sus obras fehacientes, los personajes y su proceder.

Lo que es el amor por la Patria y los afanes por enfrentar positivamente los destinos de nuestro pueblo y exaltar y enriquecer el lar que nos vio nacer, contrario a aquellos cuyos afanes se manifiestan en la búsqueda de posiciones, bienes materiales, satisfacciones, placeres, riquezas mal habidas. Esa gente malvada es devota de la oscuridad, de las conductas inmorales, son gente baja y corrompida, desaforada, que carece de principios y pretenden aplastar con maldades no escritas toda manifestación que no vaya en armonía con sus aviesos y perversos afanes.

Estas realidades se han manifestado con creces a lo largo de nuestra historia. La decisión no es difícil ni compleja. Cristo insistía en que “por sus hechos los conoceréis”. No se trata, solo, de una confrontación política, como podría pensarse o creerse. Es una lucha decisiva entre el bien y el mal. Entre la Patria, los anhelos y sueños de nuestros grandes hombres, o los apetitos de gente malvada. De cada uno de nosotros es la decisión a tomar. Y que Dios nos ampare.



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