Orlando

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Una de las múltiples misiones de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) a lugares donde peligra la libertad de expresión tuvo como destino a la peligrosa ciudad mexicana Tijuana, en la frontera con los Estados Unidos.

Varios periodistas del lugar huyeron con sus familias hacia otros países, ante las amenazas de muerte que recibían por haber escrito o investigado sobre las actividades del narcotráfico en aquella zona.

Allí escuché por primera vez la expresión de que “ninguna noticia, ningún palo periodístico, por bueno que sea, vale una vida”. En otras palabras, el periodista no debe temer a nada, debe ser audaz, pero sin llegar al extremo de entregar su vida.

No sé si Orlando Martínez conocía esa máxima, pero creo que si la hubiera conocido no le habría hecho caso.

Lo demostró con los hechos. Entregó su vida por decir su verdad. Nos dio una dolorosa lección a todos cuantos hemos escogido el oficio de investigar, informar y denunciar lo que la sociedad tiene derecho a saber.

Nos enseñó a no autocensurarnos por temor ni por ventajismo.

Y lo que es más importante, nos enseñó a ser éticos y a no buscar fortuna con el disfraz del periodismo.

De su asesinato hizo ayer 38 años. Casi cuatro décadas. Pero el tiempo no podrá borrar el recuerdo de su ejemplo.

Quienes le conocimos y compartimos con él las responsabilidades del trabajo periodístico le decimos hoy y siempre: “Gracias, Orlando, por tu ejemplo”.



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