Lejos de la gente honorable

Lejos de la gente honorable

Lejos de la gente honorable

Roberto Marcallé Abreu

La maldad persiste. No es fácil que ceda los espacios. Observa con ojos turbios desde rincones penumbrosos.

Uno percibe la descomposición, el temblor en las manos, la mirada huidiza, el terror en las entrañas. Toda una suma de hábitos, conductas embriagadas de miedo ante la mortal amenaza: la derrota total, el fracaso absoluto. Es lo que sigue.

Dispone de recursos a temer, porque ha sabido alimentarse con largueza de la depredación. Es imperativo escudriñar y descubrir los ámbitos donde yace, o procura introducirse. O cruzar sin ser vista ante esta avalancha que le sustraerá el oxígeno y precipitará su liquidación.

Hay quienes presumen que prácticas del pasado reciente y distante, cuando eran señores de horca y cuchillo, aún podrían redituarle jugosos dividendos. No será así. Ignoran que ahora se camina en un contexto donde prima o debe primar la dedicación, la seriedad, el esfuerzo.

No el chantaje, la simulación, la verborrea desaforada.
El compadrazgo de la perversidad sigue perdiendo espacios. Detrás está el precipicio. Una vez fueron los señores del reparto: dinero y méritos. Se complacían de forma turbia en manejar supuestos logros creativos.

Como propietarios absolutos del panorama ¡ay de aquel que osara darles el frente! Damiselas encantadoras y efebos complacientes les servían con largueza a sus perversos antojos.

Carentes de talento, aunque sí de habilidades, se premiaron a sí mismos otorgándose y otorgando galardones. Dieron rienda suelta a vicios inimaginables de los que aún restan despojos orgiásticos y testimonios dispersos por los rincones. Por eso se resisten.

Acumularon fortunas de manera grosera y por ahí alguien recuerda las famosas “remodelaciones” millonarias y asociaciones y prácticas truculentas. Súmele canonjías, viajes, falsos premios y publicitados “reconocimientos”. Sus andanzas por el mundo como señores, regocijándose con holgura de los recursos robados a gente hambrienta enferma y necesitada.

Conversaban muy enseriados sobre los méritos de modistos parisinos y las calidades prostibularias de sus favoritos.

Se referían con conocimiento docto a los exigentes y estrafalarios menús, los manjares exóticos y casi prohibidos de exclusivos ámbitos cuya fama trascendía París, Roma, China, el Medio Oriente.

Reían burdamente a carcajadas cuando les citaban asuntos extraños como el hambre, el desempleo, la enfermedad, las madres solteras, la delincuencia, la proliferación de estupefacientes, los feminicidios, la corrupción, el narcotráfico, los crímenes.
Escondidos y aterrados todavía no quieren entender.

No aceptan que sus tiempos han sido sepultados, que solo les restan lágrimas y amargura sin cuento. Su destino está escrito, no volverán.

Aún se resisten a regurgitar una que otra cuartilla burdamente redactada después de espolvorearse las fosas nasales y el paladar. Su espantoso tiempo ya transcurrió. Este ahora posee o debe poseer el encanto del mérito, el esfuerzo sin maquillaje, la calidad verdadera, no aquella que se contrata con dinero robado y elogios.

Dificultades las hay pero se superarán y el horizonte volverá a brillar y la vida será mejor mientras los camposantos degradarán los restos mortales de gente realmente iletrada, sin talento, burda y ruin, plagada de vicios y su estela de daños.

Estos, son otros tiempos. Puede que la luz sea tibia, pero ilumina. Su resplandor no alcanzará los vericuetos de cuevas subterráneas donde anida una maldad que se consume a sí misma y que se roe las uñas, asustada ante la propia imagen de ruina y fracaso que ya engulle despacio lo poco que les queda.



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