La democracia

La democracia

La democracia

La democracia es un mito, nuestra utopía, la zanahoria tras de la cual nuestra ilusión política hace que avancemos, y no importa que sea ilusión, si avanzamos.

Hemos corrido mucho, por mucho tiempo, confundiendo los avances del comercio y todo lo que le sirve, con el desarrollo del ente humano, programado para el consumo, partiendo de una producción tope de la que cada vez menos participamos, desde la mecanización, la automatización hasta la tecnología actual que nos surta rentablemente dejándonos sin trabajo, viviendo de la delincuencia informal o economía paralela.

La eficiencia productiva y la rentabilidad económica en el desarrollo existente nos desaloja de este, marginándonos, excluyéndonos, empobreciéndonos con nuevas tecnologías más rentables, sobre las que hay que tener la vista puesta empresarialmente, no sobre lo que nos saca del trabajo que igual nos priva de los medios de producción y de lo producido, del tiempo y sus avances, que no son nuestros, son ajenos; pertenecen en primer lugar al sector financiero, a los bancos a quienes se hipoteca hasta la voluntad; luego pertenecen al poder de compra en el mercado.
Lo que existe se ofrece a los usuarios, no cuando lo necesitan, sino cuando pueden pagarlo. No son un derecho universal, hay que poseer la capacidad de pago para recibirlos.

La democracia, ese derecho a hablar distinto entre iguales, que surgió entre los griegos y adoptaron los romanos, tenía pre-requisitos; el de la igualdad, pues todos debían ser amos; ni libertos ni esclavos y luego debían ser ociosos y estar satisfechos, para irse a los Foros a teorizar y a lucir sus dotes, sostenidos por quienes para ellos produjeran y les sirvieran como amos, mientras estos consumieran el lujo y el poder sin contaminación política clasista, para evitarse a los Espartacos, el shock económico, el miedo y la interminable, alexionante y terrorífica fila de crucificados que tras de la derrota de los sublevados, el imperio se le ocurrió, como modo de escarmiento, llenar sus vías colgando a uno de ellos cada 40 metros. ¿Ha sido alguna vez, algo distinto la democracia?

Desde cuando las naciones, su economía y las poblaciones europeas cambiaban, acelerándose estos cambios con la Revolución Inglesa e Industrial, trayéndonos hasta el presente, la historia ha sido la construcción de una pirámide de esclavos colectivizados por peldaños, donde el superior tiene que ser apto para gobernar al inferior y cobrar por esto, pagando tributo al superior; mientras sus integrantes compiten por no descender quebrando económicamente. Es el orden; es el sistema, con su violencia a escala.

La esclavitud antigua era sectorial con su modelo bipolar – amos y esclavos -. La moderna es integral. Somos víctimas y victimarios.

El esclavo antiguo sabía que lo era plenamente. Nuestra libertad actual es la de poder ser mayor esclavista cada vez.

No hay lealtad ni otra libertad en el sistema. Nos encontramos en ese conflicto fingiendo ignorarlo, confundiendo cada día ambos roles; ninguno falso, pero si contradictorio, obligándonos a la falsedad que necesita en su teatro de la máscara del Éxito, pues se ha de obtener sin ética, para poder olvidarnos de los medios que usemos para él.

Es el punto donde nos refrenamos los más escrupulosos, peor situados sin un clan al que asociarnos en “la democracia”.
Cada época sueña su utopía. Uno de mis hijos me enseñó para qué sirven las utopías, me dijo; “Sirven para caminar”. ¡Caminemos!



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