Irma y algunas puntualizaciones

Irma y algunas puntualizaciones

Irma y algunas puntualizaciones

Roberto Marcallé Abreu

En nuestra memoria colectiva, los huracanes poseen una estatura temible. Al margen de que la cercanía de uno de estos fenómenos activa todo un mecanismo de ventas y consumo, subyacen en el inconsciente nacional los temores sobre la estela de destrucción que dejan tras su paso.

Los perjuicios a la infraestructura desarticulan la actividad productiva y las rutinas de la existencia.

Los denominados “servicios básicos” se vuelven más precarios. Se especula con los precios. Se producen desplazamientos de miles de personas de las denominadas “áreas vulnerables”.

Muchos ciudadanos resultan afectados por situaciones catastróficas, como la pérdida de parientes y amigos. Igualmente sufren establecimientos comerciales, viviendas, ajuares, automóviles.

Las autoridades procedieron de manera previsora y eficiente, es preciso decirlo. Me pareció loable la conducta de los “voluntarios” de la Defensa Civil, su dedicación y espíritu de entrega, así como la serenidad y el dominio de la situación de oficiales de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.

Del tránsito de “Irma” en las proximidades de nuestro país es importante derivar algunas lecciones. Una pregunta es: ¿Por qué resulta tan desproporcionado el número de damnificados. Miles y miles.

¿Es que, a diferencia de lo que se predica, el número de “sectores vulnerables” se ha incrementado en el país? Peor aún, ¿por qué ante el arribo de la denominada “temporada ciclónica” damos la impresión de que cada año debemos prepararnos como si fuera la primera vez? Lo lógico es que existan estructuras permanentes debido a que esta situación es una realidad consustancial a nuestra ubicación geográfica.

Rehúso pensar que este proceder tiene su origen en el hecho de que se “liberan las amarras” de los controles presupuestarios en tiempos de calamidad pública.

En cuanto a las infraestructuras, –puentes, carreteras, canales de riego, edificios, viviendas, el sistema de acueductos y distribución de energía-, es evidente que éstas resultan muy frágiles.

¿No sería lo correcto pensar que los actuales paradigmas de la construcción deben ser modificados?

Es inconcebible que en muchos lugares solo prevalezcan las estructuras edificadas en la Era de Trujillo –que concluyó en 1961- mientras las levantadas en los últimos cincuenta y seis años terminan afectadas de forma severa.
Creo que las autoridades tienen a su disposición un censo real, sin contaminación política, de los lugares llamados vulnerables.

Es esencial que se piense desde ya en proporcionar de forma permanente a sus pobladores una forma de vida digna. Buscar las maneras de liberarlos de este trágico viacrucis de cada año.

Edificarles viviendas en lugares adecuados, proporcionales servicios (como se ha hecho con los moradores de la antigua Barquita) y rescatarlos de su situación de postración social y económica. Esta es la mejor lección que podemos derivar del paso de Irma. Como manifestaba aquel brillante editorialista, esa es nuestra esperanza de hoy.



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