Charles Hill, un prófugo de EE.UU. en las calles de La Habana

Charles Hill, un prófugo de EE.UU. en las calles de La Habana

Charles Hill, un prófugo de EE.UU. en las calles de La Habana

Los ojos de Charles Hill indican que acaba de despertarse o que hoy ha vuelto a beber. Tomar ron se ha convertido en un deporte y un alivio para este prófugo de la justicia estadounidense, refugiado en La Habana desde hace 43 años.

Sin embargo, nunca como ahora ha corrido tanto peligro.

Con el reinicio de las conversaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, el pasado 17 de diciembre, su destino se ha vuelto bastante incierto.

«Ya me estoy sintiendo la presión», dice. «A veces la depresión me agarra y me tiro en la cama a dar vueltas o a leer un libro, pero no puedo dejar que la depresión me domine».

De Nuevo México a Cuba

La noche del 8 de noviembre de 1971, Charles Hill se vio envuelto en la muerte de Robert Rosenbloom, teniente de la policía de Albuquerque, Nuevo México.

Charles, que ya había sido sargento paracaidista en Vietnam, pertenecía por aquel entonces a la República Nueva África (RNA): una organización separatista que buscaba fundar una nación afroamericana en cinco estados del sur estadounidense: Louisiana, Mississippi, Alabama, Georgia y Carolina del Sur.

Cuando el FBI desmanteló la sede de la organización en Oakland, en agosto de ese año, a Charles no le quedó más remedio que huir.

Lo acompañaron en la aventura otros dos compañeros suyos: Ralph Goodwin y Michael Finney.

Serían poco menos de las once cuando Rosenbloom, que patrullaba la Interestatal 40, detuvo el Ford Galaxie del 62: cargado con tres rifles militares, una escopeta calibre 12, literatura política, dinamita y granadas.

Fue lo último que hizo en su vida. Una bala calibre 45 le atravesó garganta. Tenía 28 años y dos hijos pequeños.

Los reportes policiales indican que Rosenbloom llamó a la estación central y que, en cuanto le devolvieron la llamada, ya nadie respondió.

Charles, por su parte, asegura que Rosenbloom fue un poco más allá. «No pudimos conversarlo, no fue una decisión, era inevitable», dice. «Ya él tenía su pistola en la mano. Quería vestirse de héroe, a lo John Wayne. No fue asesinado.» Aun así, Charles no revela quién apretó el gatillo.

Cacería humana

A partir de ahí, comenzó la cacería humana más larga que recoge la historia de Nuevo México. Carteles por todas partes, anuncios en la televisión, recompensas, y un despliegue asfixiante de 250 federales tras el rastro de los fugitivos.

Después de esconderse en un par de casas, y de pernoctar durante dos noches en un bote de basura cercano al aeropuerto, Charles y sus compañeros secuestraron un Boeing 737 con destino a Chicago y lo desviaron a Tampa. Allí, exigieron que les llenaran el tanque de combustible, liberaron a la tripulación retenida, y siguieron rumbo a La Habana.

No sería hasta 1973 que Fidel Castro y Richard Nixon firmasen un acuerdo de enjuiciamiento a los secuestradores que violaran el espacio aéreo entre Cuba y Estados Unidos. Mientras tanto, durante la década del 60 e inicios de los 70, secuestrar un avión, viajar de un país a otro y refugiarse, parecía simplemente un pasatiempo.

Ya en Cuba, Charles creyó que iba a recibir entrenamiento para proseguir la «lucha revolucionaria en África». Pero la vida de Charles, vista desde hoy, no pudo haber sido más cubana.

Cortó caña, sembró pangola y en 1975 comenzó a estudiar Historia. En 1979, lo condenaron por falsificar recibo de divisas. De cuatro años, cumplió 14 meses. En 1986, lo encarcelaron durante ocho meses por posesión de marihuana.

Luego comenzó a traducir textos del inglés para particulares, sobre todo manuales de religión. Espoleado por la necesidad, trocó el marxismo por los santos africanos.



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