Heurística estética del selfie

Heurística estética del selfie

Heurística estética del selfie

José Mármol

La comunicación digital se corresponde con un agudo proceso de despersonalización en la relación de los individuos; de distanciamiento sin mediación, a no ser el medio digital mismo, del cara a cara que permite la comunión de los afectos y las almas de los sujetos a través de la mirada; de aceleración vertiginosa del tiempo, convirtiendo lo mediato en inmediatez, el reposo en aceleración, la duración en caducidad, la contemplación en manía, el conocimiento en información.

Vivimos un desconcertante proceso de eterización o evaporación del origen telúrico del ser humano y su estrecho vínculo con la naturaleza, que ahora sucumbe ante lo desechable, descartable, volátil, artificial.

El selfie, suerte de autorretrato digital, es un fenómeno que reúne elementos propios del proceso que acabo de describir.

Llama poderosamente la atención encontrarse con individuos, especialmente jóvenes, aunque afecta a distintas edades, que en espacios públicos o en rincones particulares, se colocan a la altura del rostro la pantalla del smartphone (muchas mujeres en picado; muchos hombres de abajo hacia arriba) y, en clarísima expresión de una alienante e íntima relación con el artefacto, le sonríen o le hablan, le posan ridícula o sensualmente, para intentar eternizar, en un instante, una imagen de sí mismos.

Es la versión digital de la identidad de un yo narcisista, que se capta a sí mismo para exponerse luego, como mercancía, a la comunidad digital.

El individuo posmoderno se sumerge en la tarea de hacerse un selfie porque, habiendo alquilado o relegado su intimidad y privacidad al Big Data, necesita ser visto, ser admirado, y si estas necesidades se profundizan hasta la “selfitis” o deseo compulsivo de publicarse a sí mismo en redes, según la Asociación Americana de Psiquiatría, entonces, estamos ante un síndrome narcisista y pornográfico, esto último, no por desnudo, sino, por sobre expuesto o hipervisible.

Como crisis de la intimidad, también está muy en boga el “selfieaftersex” (autorretrato después del sexo), en el que no necesariamente figuran los cuerpos desnudos, pero, sí los rostros con la huella gestual de la extenuación fisiológica posterior al coito o vestigio del goce del orgasmo: la “petitemort” (pequeña muerte).

La inseguridad, como rasgo de la personalidad, suele acompañar la compulsión irresistible por mostrarse en redes, con todo y que este simple gesto y la comunicación misma digital sean asumidos como procesos sociales.

En un ensayo titulado “La salvación de lo bello” (2015) Byung-Chul Han, profesor de filosofía y estudios culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, emprende la difícil tarea de rescatar de la banalidad y la volatilidad, por efecto del giro digital y la dictadura de la mercancía y el consumismo delirante,el sentido auténticamente estético, universal y trascendente del arte contemporáneo.

En la sociedad red global esta apuesta no sería posible sin la imprescindible presencia de la comunicación digital como su eje transversal.

De ahí la posibilidad de plantearse la cuestión de un análisis del fenómeno estético, del que forman parte las ideas de Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Adorno, Baudrillard, Barthes, Benjamin, Derrida, Burke y otros, a partir de la identidad y el gusto del sujeto digital o del “homodigitalis”.

Así las cosas, lo pulido, lo liso, lo terso pasan a ser las características fundamentales de la expresión estética posmoderna. Esto implica un despojo y distorsión del lenguaje de la naturaleza, del cuerpo y de las cosas.

La comunicación y la identidad en el ámbito digital se asumen como entidades lisas, pulidas, tersas, idénticas.

El rostro del selfie es, precisamente, liso, inexpresivo, vacío, afectado, porque resulta de la autocomplacencia y de un déficit de autoconocimiento y seguridad del yo.



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