El día que desafiaron al Presidente

El día que desafiaron al Presidente

El día que desafiaron al Presidente

Para atreverse a retar a un presidente en ejercicio hay que tener los cordones bien puestos, por si acaso. Correr con los cordones sueltos supone el riesgo de pisarlos y tener una caída aparatosa.

Tampoco es prudente detenerse en el camino para agacharse y amarrarlos, porque el tiempo perdido podría ser decisivo. 

Hay que tener presente que el Poder se ejerce o no se merece y que tiene aristas difusas fuera del despacho presidencial. De modo que más le vale a quien pone al Presidente contra la pared, que esté preparado para asumir las consecuencias sin necesidad de huir.

La valentía de hacerlo no es suficiente. Debe contar con la protección de un escudo hecho con la aleación de su propia calidad moral y la fuerza de sustentación arraigada en la colectividad.

Sin un arma de tal envergadura defensiva su probabilidad de salir airoso es muy baja luego de desafiar a quien tiene la sartén por el mango.

Experiencias de esa naturaleza empezaron temprano en la circularidad histórica de nuestra vida republicana. Se inició con el emplazamiento de un expresidente de la República al gobernante de turno, mediante una carta hecha del conocimiento público, recurso habitual en ausencia de los medios electrónicos de comunicación, que llegaron mucho después.

En la actualidad se habría dirigido al país por una cadena radiotelevisiva de alcance nacional. Al acto las redes sociales habrían difundido una inmensidad de mensajes instantáneos en forma de tweets, whatsapps e ingeniosas caricaturas de burla o adhesión según el color de la tinta.

Los fragmentos siguientes dan una idea de la gravedad del mensaje enviado por el expresidente de la República al jefe del Ejecutivo:
“No me detendré a probar que no soy ambicioso, pues usted en su atormentada conciencia sabe que no lo soy: mi vida pública además lo está atestiguando…

Y trabajando siempre secretamente para su engrandecimiento, sin atreverse jamás a ponerse en la vanguardia de los acontecimientos, supo usted poner en práctica el bárbaro principio “que en política no se consideran los hombres sino los obstáculos”, y más luego explotar la atolondrada credulidad de algunos parciales suyos, y so pretexto de un acto de generosidad o de justicia, cuyas apariencias no supo salvar les puso usted, ante todo en el caso de que le eligiesen Presidente de la República.”

“Al instante –proseguía el desafío al Presidente de la República– empezó usted a cacarear su dimisión, aparentando desinterés, más aún sintiendo que para sus hombros la carga era muy pesada cuando vio que la presidencia podía recaer en otro, cometió usted el crimen de poner a sabiendas la República al borde de perderse, por conservar un puesto que no es para usted.

Y sea lo dicho suficiente para probarle que es usted el ambicioso.”
El arriesgado expresidente de la República, que al parecer tenía los cordones bien atados, se despedía del jefe del Estado del siguiente modo:
“Y concluyo previniéndole que si desgraciadamente usted vacila un instante en deponer ese mando que no puede sostener y que ha arruinado la República, ya no cuente para usted con la acostumbrada clemencia de Pedro Santana.”

El destinatario de una comunicación tan provocadora para un gobernante era el presidente Manuel Jimenes. Estaba fechada en mayo, solo que de 1849. El día que desafiaron al Presidente fue el 21 de ese mes, hace ya ciento sesenta y seis años.



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