Antes de que sea demasiado tarde

Antes de que sea demasiado tarde

Antes de que sea demasiado tarde

Roberto Marcallé Abreu

Años atrás, durante el gobierno del expresidente Mejía (2000-2004) y tras el cierre forzoso del Banco Intercontinental, los trastornos a la economía alcanzaron un nivel de gravedad solo equiparables a los peores momentos de nuestra historia.

Debido al escandaloso nivel de los precios, se hizo común el comentario de que una visita al supermercado podía resultar sencillamente aterradora.

La pregunta es si no nos estamos acercando de forma progresiva a una situación de esa naturaleza. ¿O estamos, ya, inmersos en ella? Al margen de cuanto afirman las autoridades, los precios de los alimentos, las medicinas, la ropa, los útiles escolares y los combustibles resultan imposibles.

La lista se extiende a los alquileres, las tarifas de los colegios, el mantenimiento y los repuestos para vehículos, los pagos al servicio doméstico, las visitas al médico, la publicidad, los servicios que brinda el Estado, la más elemental reparación, los honorarios profesionales.

El ciudadano común, el que todavía tiene el privilegio de un empleo, se siente desbordado por esta grosera reducción de su poder adquisitivo.

Ni qué decir de aquellos que están desempleados. Caer en el círculo vicioso de los créditos institucionales o no, y el uso intensivo de las tarjetas de crédito, conlleva serios riesgos. Usted ha sido testigo: miles de vehículos, apartamentos, muebles, expropiados a sus propietarios originales. Y ni qué decir de “las ventas en pública subasta”.

En los supermercados un cliente le dice a la cajera: “Mira, solo tengo tal cantidad de dinero. Cuando nos estemos acercando, me avisas”. Para limitarse a lo esencial. Los carritos de las mercancías para devolver se quedan más llenos que vacíos.

Estamos viviendo en una sociedad de crecientes limitaciones. Claro, hay sectores que sí están muy bien. Manejan costosísimos vehículos del año, viajan con frecuencia, viven de restaurantes en restaurantes y visten a la última moda.

Por supuesto, con frecuencia los verá en una buena cantidad de fiestas y celebraciones.

Habitan en apartamentos valorados en sumas estrafalarias. Sus hijos realizarán sus estudios académicos en acreditadas universidades extranjeras.

En una infinita cantidad de casos el bienestar de esas personas se corresponde exactamente con el creciente malestar de millones de dominicanos.

De ellos hay un elevado porcentaje vinculados directa o indirectamente con la administración del Estado.
Odebrecht es solo un ejemplo.

Los tucanos. Las comisiones. Las sobrevaluaciones. Las “obras” de altos montos y pésima calidad. Los “suministros”.

Los negocios del Estado son una fuente infinita de enriquecimiento. Si la República Dominicana es un país con tantos niveles de insatisfacción y de pobreza, es que hemos sido depredados de manera sistemática desde que fuimos descubiertos.

Es esa la realidad que debemos cambiar. De forma urgente y antes de que sea demasiado tarde.



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