Vino, vio, oyó y se fue

Vino, vio, oyó y se fue

Vino, vio, oyó y se fue

Cierto día, y en plena campaña electoral, apareció en la ciudad como caído del cielo, un viejo de cabeza blanca, arrugada cara y encorvado cuerpo.

Caminaba paulatinamente por calles y avenidas, mirando y oyendo a sus nuevos conciudadanos que iban y venían presurosos para arriba y para abajo.

Lucía preocupado y sorprendido.

-Todo es diferente-, se dijo para sí.

-¿Cómo es posible que los jóvenes no respeten a sus padres y se rían de los viejos en su propia cara? ¡Que los estudiantes no conozcan la historia de su país y no se sepan el himno nacional!

¡Ya no se habla en los parques de literatura! ¡Las serenatas han desaparecido! ¡Las damas son ofendidas por los “caballeros” con piropos soeces! ¡Y en las discotecas sólo bailan “el perrito” y otras inmoralidades que ofenden la dignidad y las buenas costumbres!

-Una buena parte de los ciudadanos descuida o abandona sus puestos de trabajo para dedicarse a la “política”, con la esperanza de llegar a ser diputado, secretario de Estado y hasta presidente.

El corazón del viejo latía tan precipitadamente que a veces daba la impresión de que saltaría del pecho y rodaría por el suelo hecho pedazos.

Al verlo así, sudoroso, y en tales condiciones físicas, uno de los limpiabotas de la calle El Conde le prestó su silla de trabajo donde descansó por algunos minutos.

Luego se levantó, le dio las gracias amablemente al lustrador de zapatos tocándole la cabeza con la mano derecha y con la izquierda se acarició el pecho del lado del corazón como para comprobar que aún estaba en su lugar.

Pensó que todo había terminado, pero no, sorpresas mayores le esperaban y aparecieron de inmediato, porque al levantar la vista leyó un cartelón que decía: “Doctor Brutólogo, esperanza nacional”.
¡Será un sueño, Dios mío! ¿Qué está pasando?

Pero otro cruzacalle lo sacudió de nuevo: “Cínico Robarrápido necesita de tu voto para llegar al poder”.
El viejo estaba confundido, lucía torpe en sus pasos y con la mirada desorbitada leía y releía parte de los miles de letreros y consignas con que los partidos políticos viven ensuciando la ciudad.

Y para colmo, no bien se reponía de tales oprobios y denuestos cuando cientos de hombres y mujeres eufóricos empezaron a desfilar por la angosta calle de la ciudad aclamando a su líder y candidato del partido Acabacontó, licenciado Malapunta Botafuego, que amenazaba con fusilar a sus oponentes si no ganaba las elecciones, porque según “rumores” se estaba preparando un fraude colosal.

¿Será este mi país? Se preguntaba una y otra vez con una mayor preocupación marcada ahora en su rostro.
Compró uno de los periódicos matinales que pregonaba un canillita para tratar de disimular toda la pena que sentía con un poco de lectura, pero se estremeció de nuevo porque sus páginas estaban llenas de rostros que reconoció al instante, porque son los mismos de 1844 que aún están ahí, gordos y rozagantes,s onrientes, y con la cartera repleta de dinero hurtado al pueblo… los corruptos y explotadores.

El viejo ya no podía resistir lo que veía y quiso averiguar dónde se encontraba en realidad, con la remota esperanza de haberse equivocado.

Tocó a la puerta de una casa humilde, pero limpia y acogedora. Le abrió un hombre delgado y alto, culto y agradable, de color negro. Su esposa era blanca y elegante, con pelo rubio, ojos verdes, y no menos delgada, culta y generosa.

Ambos se sintieron preocupados porque apenas había de comer, pero se mostraron entusiasmados para que el viejo compartiera con ellos lo poco que tenían. Luego conversaron con un sabor amargo entre los labios.

-¡Es una pena –dijo el viejo- que los campesinos insistan en dejar el campo, la única riqueza saludable, pura y hermosa que nos queda para venir a vivir en la miseria aquí en la ciudad! ¡Que algunos jóvenes se estén autodestruyendo mental y físicamente consumiendo drogas!

¡Que vagos e incapacitados sean nombrados en los puestos públicos por compromisos del partido de turno en el poder! ¡Y que en vez de preocuparse sinceramente por resolver los graves problemas que tiene el pueblo con la falta de alimento, salud, vivienda, agua y luz, educación, producción agrícola y desempleo, los “políticos” sigan viviendo con la criminal obsesión de hacerse ricos en tan sólo cuatro años.

-Bueno, ya me voy, disculpen, -manifestó visiblemente emocionado-, y se levantó de la mesa. Gracias por todo.
-Puede quedarse a vivir con nosotros, si así lo desea-.

-No! Gracias –contestó el viejo-, tengo prisa y siento náuseas, debo marcharme. Y así lo hizo.
Días después, San Pedro le comunicaba a Dios: “El padre de la patria dominicana ha vuelto triste y avergonzado de la tierra, y le pide permiso, Señor, para vivir eternamente aquí en el cielo”.



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