Nuestra realpolitik

Nuestra realpolitik

Nuestra realpolitik

Los aspirantes a la Presidencia –desde el más rutilante hasta el más pálido- hablan de lo mismo y articulan promesas que, si las limpiamos de flores retóricas, piruetas verbales o clichés aburridos, en términos netos no guardan diferencias fundamentales.

Todos son mesiánicos, redentoristas y mercaderes de ilusiones. No puede ser de otra manera. Esa es la “realpolitik”.  Si no hay cantos de sirenas,  mambo y contagio en su trajinar, el candidato las puede pasar muy mal en las urnas.

Políticos hay que -para mantener vigencia- se vieron en la imperiosa necesidad de migrar del discurso helénico a la chercha callejera o, en el peor de los casos, producir una simbiosis entre lo chabacano y lo refinado.

Al final, terminamos con un gran coro que -en diferentes tonos- nos brinda el mismo canto. El desafío del votante (y quizás pido mucho a una nación que le han escamoteado desde siempre la educación) debería ser una mirada que trascienda la seudoconcreción que los políticos nos ponen de frente.

Es decir, meditar respecto a las capacidades gerenciales de los aspirantes y, muy especialmente, sobre las personas más cercanas que les roden. Nada de ocioso tiene el refrán de nuestros ancestros que reza: Dime con quién andas y te diré quién eres.

El gran handicap es que no tenemos debate. Por tanto, el discurso de los candidatos es lineal, sin mayores obstáculos que los obliguen a conducirse por un curso creativo. En el foro de la Asociación de Industrias (AIRD) ninguna pregunta sorprendió.

De hecho, las interrogantes fueron cucharas grandes para que los aspirantes se sirvieran. De ahí que todas las críticas sobre la comparecencia se circunscriben a la forma; no al fondo. La AIRD dio un paso democrático. Que no llegara al debate es una pena.



El Día

Periódico independiente.

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