Lo correcto para un discurso

Lo correcto para un discurso

Lo  correcto para un discurso

Alex Ferreras

Uno de los grandes escollos que los nacionalistas encuentran es que al nacionalismo siempre se le ve como algo negativo y se le equipara con el pacotillesco del trujillismo.

Insistimos en el hecho de que el nacionalismo, sobre todo el verdadero, el liberal que heredamos de los Trinitarios, no es necesariamente negativo; mucho menos es el equivalente del trujillismo.

Si los haitianos pueden defender lo suyo y llamarse nacionalistas, ¿por qué lo mismo no es válido en el caso de nosotros los dominicanos? Al fin y al cabo, también ellos están defendiendo lo suyo. Y el que no defiende lo suyo, se queda sin nada; puede convertirse en un extraño en su propio territorio.

Es decir, se puede muy bien ser nacionalistas y al mismo tiempo aceptar sin problema la presencia del «otro», siempre y cuando ese «otro» respete la posición del nacionalista y no la vea como algo negativo.

Es una especie de quid pro quo: yo respeto tu posición, pero tú tienes que respetar la mía, ya que tú estás en mi territorio, y no yo en el tuyo.

Hay que entender que ser el «otro» no significa ser siempre un santito. El «otro» es un ser humano como el mismo «yo», y si yo soy mala persona, también el «otro» puede serlo.

Resulta que se ha querido ver al «otro» esencialmente como una abstracción. En ese sentido, el desheredado de la Tierra, el pobre, el excluido han sido elevados a la santidad. Ellos son los buenos; todos los demás son los malos.

Y lo son porque no comparten esa santidad que se le otorga al «otro», parejo planteamiento dualista, aquel, tan pueril como maniqueísta.

Todo este discurso tiene que ver con lo que se llama lo «políticamente correcto». Ser políticamente correctos, a fin de cuentas, siempre termina en una posición hipócrita, pues se acepta al «otro» no como lo que es, sino por el poder que se esconde detrás de él y a través del cual nos puede aplastar moralmente.

De eso, y no de otra cosa, se trata.

No nos llamemos a engaño. El «yo» y el «otro» tienen que encontrarse dentro de un único concepto, que es el de la humanidad, ya que es solo de ese modo que se elimina la tiranía tanto del primero sobre el segundo, como del segundo sobre el primero.

En términos del cristianismo, a esto se le llama «compasión», ser compasivos, que es como ponerse en el lugar de la otra persona y de ningún modo sentir pena por ella. Es reconocer que su humanidad es la misma que la mía. Y punto.



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