Coronar la crisis

Coronar la crisis

Coronar la crisis

No hay nada peor que desperdiciar una crisis. Así pensaba Ralph Emmanuel, primer jefe de gabinete del presidente Obama. La economía caía libremente por el precipicio del colapso bancario del 2008. La hemorragia financiera era incontenible por las aventuras militares en Afganistán e Irak, por los recortes fiscales heredados, y por una legislatura hostil controlada por el emergente populismo de derechas.

Aún así, antes que ningún otro país desarrollado, los EEUU salieron de la crisis, generando empleos, transformando su base productiva, rescatando los bancos y asegurando por vez primera una cobertura casi universal en materia de salud.

Estamos hoy ante un nuevo precipicio por el efecto que sobre la economía mundial está teniendo el Covid-19, coloquialmente conocido como el coronavirus. Millones de trabajadores chinos que vacacionaban por el año nuevo lunar llevan semanas sin reintegrarse a sus labores. Ciudades enteras han sido colocadas en cuarentena. Aún así, el contagio continúa.

La oferta y sus cadenas de valor comenzaron rápidamente a caer en la ausencia de trabajadores. La demanda cae también, víctima del bajón en las expectativas. El turismo, sea de ocio o de negocios, cae aún más, acelerado por la cancelación de las principales convenciones internacionales.

Las fluctuaciones en las cotizaciones bursátiles son las más amplias desde el 2008. El viernes 28 de febrero el Dow Jones cerró con el mayor bajón acumulado de los últimos 11 años. Este 5 de marzo vemos cómo, a pesar del optimismo del estímulo monetario de la Reserva Federal y de las inyecciones crediticias del FMI y del Banco Mundial, las bolsas han caído nuevamente.

Esta es la marea cambiante en que navega nuestra economía pequeña y abierta, cuyo crecimiento sigue siendo el mayor del hemisferio y cuya diversificada oferta exportable concita admiración. Es una marea que comenzó a cambiar por las políticas que priorizan el reshoring de las cadenas de valor, que revierte la globalización con la adopción de aranceles prohibitivos y que, lejos de recuperar empleos, los sustituye por robots.

Confrontados con este contexto claramente cambiante en el corto plazo, sumergidos de manera irreversible en la transición de largo plazo hacia la 4ta revolución industrial, y en el umbral de las próximas elecciones presidenciales, ¿cuáles deben ser nuestras respuestas?
Algunos propondrán montarnos en el barco antiglobalista de la derecha populista. Pero por el tamaño de nuestro mercado interno jamás podremos generar suficientes empleos y divisas apartados de la economía mundial, ni mucho menos mantener el ritmo de crecimiento registrado.

Otros buscarán consolidar nuestra resiliencia económica, esa que nos permitió coronar la anterior crisis del 2008 con un crecimiento robusto del 3%. Si en ese entonces la clave fue mantener abierta la llave de las inversiones públicas, ahora también debiera serlo, pero con mayor sentido estratégico.

Para que el niño de Cienfuegos tenga las mismas oportunidades que el de Gurabo. Para que la madre de Padre las Casas tenga las mismas opciones laborales y servicios sociales que la de Punta Cana. Para que todos, no importa dónde vivan, puedan depender de la creatividad y el talento que jamás tendrá ningún robot.

*Por Federico Alberto Cuello Camilo



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