Una sociedad en bancarrota

Una sociedad en bancarrota

Una sociedad en bancarrota

Roberto Marcallé Abreu

Esta sociedad, la que hemos edificado en las últimas décadas, es absolutamente incapaz de proteger a nadie. La muerte trágica y espantosa de Emely Peguero, es la mayor evidencia de tal invalidez.

Quienes poseen la capacidad de orientar adecuadamente nuestro destino, han desertado de la misión de construir un país seguro. Descendemos por la pendiente del vicio y la locura.

Hoy es Emely Peguero, una niña con una sonrisa deslumbrante, arrastrada a la oscuridad y el silencio, y a la muerte innombrable. ¿Qué nos aguarda en el mañana?

Es una situación aterradora. Porque, ¿cuántas personas han sido reportadas como desaparecidas sin que, en años, se haya determinado lo que ha ocurrido con ellas? ¿Cuántas mujeres, hombres, niños y ancianos han sido ultimados sin que se registre el más insignificante informe de quiénes les arrebataron la vida?

Recordemos el caso de Carla Massiel, otra niña de apenas doce años, que fue asesinada, se afirma, para robarle sus órganos. ¿Acaso se ha llevado a los culpables a la justicia? ¿O estos se encuentran en libertad gracias a la impunidad que proporcionan las relaciones espurias, el dinero, el poder?

Recordemos a Cielo García, una niña de catorce años, a quien un sicópata haitiano, todavía libre, cortó a machetazos ambas manos.

¿Somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos? ¿O es que ya nadie puede salvarnos? El horror siempre está al acecho. Un horror que transgrede cualquier puerta. Crímenes cada vez más espantosos, asesinatos por doquier, tragedias incontables son el pan nuestro de cada día.

El ciudadano se encuentra desprotegido frente a una situación sin precedentes. Su vida no vale nada. La locura y la anarquía se han entronizado entre nosotros y parece que nadie, salvo Dios, puede cuidarnos. La sociedad se ha dañado quizás de forma irrecuperable.

La tragedia llama de forma cotidiana y ya no quedan lugares seguros. Ya no es noticia nueva el descubrimiento de cadáveres en cañaverales o en descampados, en montañas, en carreteras, en solares baldíos, en fincas.

Puede que algunos, por omisión o comisión, por ceguera, indiferencia, insensibilidad o por la condición de beneficiarios de un estado de cosas, sean de alguna manera culpables de la muerte terrible de Emily, de Carla, y de las heridas inenarrables de Cielo.

La gran culpa, no obstante, recae sobre quienes toman las decisiones, los responsables históricos y presentes de haber arrastrado este país a un abismo del que nos va a ser difícil retornar.
La muerte trágica de Emely Peguero es el grave síntoma de una enfermedad social catastrófica.

El cáncer ha hecho metástasis y el paciente, que desde hace tiempo estaba en cuidados intensivos, está al borde del colapso. No nos engañemos.



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