Un silencio absoluto

Un silencio absoluto

Un silencio absoluto

Roberto Marcallé Abreu

Quien siguió en las noticias el caso de dos niños abandonados a su suerte en La Vega y Bonao por su propia madre con certeza puede llegar a la conclusión de que la sociedad dominicana, en su esencia misma, está hecha pedazos.

Un hecho sumamente perturbador. Insistimos en que estamos muy mal, que es válido pensar que nuestro pueblo ha dejado de ser el que una vez era, luce paralizado, confundido y deshumanizado.

La nave del Estado hace agua por todas partes.

El crimen y la inseguridad son una parte crítica de la cotidianidad. Nadie, absolutamente nadie, está seguro, ¿quién no lo sabe? Hemos penetrado en un ámbito de oscuridad y deshumanización sin precedentes.

Historias horribles nos conmocionan todos y cada uno de los días. Un haitiano que ahoga en un tanque de agua a su hija de semanas. Otro que asesina a un niño de tres años.

Uno más que cortó un brazo a un niñito. Desconocidos que penetran al hogar de una pareja y matan de una puñalada en el cuello a la señora. Muchachos endrogados que perpetran un atraco en un colmado y asesinan un señor de setenta años.

Un padre que mata a su hijo. Un hijo que mata a su padre. Desalmados que asesinan a un meritorio oficial retirado de la Policía. Miembros de los cuerpos armados que son ultimados para quitarles su arma. Se involucra a varios oficiales en la captura de un alijo de cocaína.

Siguen los asesinatos de mujeres.

Al igual que los atracos a establecimientos comerciales, los asaltos a mano armada en la calle.

No es incierta la estadística de que República Dominicana se ha transformado en uno de los países más peligrosos e inseguros.

Existe una airada inconformidad en la gente. Se abusa del ciudadano con los precios de los combustibles, los artículos de primera necesidad, las medicinas, los bajos salarios.

El transporte sigue siendo un caos y la autoridades solo amenazan con multas.

Por supuesto, nunca se produce la interrogante de quién es el principal responsable de este desorden.

Se acumulan las demandas en todo el país por el estado de pobreza y abandono en que subsisten campos, ciudades, barrios y municipios. Hay huelga de camioneros.

Los defensores públicos demandan reajustes de salario porque no pueden vivir de manera digna con sus miserables ingresos.

Hay demandas de los médicos, de los productores agrícolas, de los labriegos sin respaldo financiero en tanto a otros se pretende robarles sus predios.

La presencia haitiana es cada vez más insoportable. Existe un estado de crisis social que se agravará en el venidero 2018. Será un año de graves conflictos, de confrontaciones, de mayúsculas desavenencias.

Y no se percibe, al parecer, ni la actitud ni la disposición, ni el interés de hacerle frente a tantos males.

El silencio es absoluto. Las autoridades están dedicadas a encender arbolitos de Navidad y preparar cajitas con arroz, un pollo y un litro de ron.

Para quienes nos gobiernan vivimos un sueño de progreso, de paz, de desarrollo, de avances históricos. Veremos las reacciones cuando despierten en medio de esta terrible pesadilla.



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