El deseo de todo padre es ver a sus hijos andar por los senderos correctos, haciendo lo que realmente aman y, si se puede, allanarles un poco el camino para que avancen más rápido y puedan desplegar sus alas con más esplendor que como lo hicimos nosotros.

Siempre nos decimos: “Quiero darles lo que yo no tuve” y trabajamos de sol a sol para brindarles esas oportunidades que, a nuestro entender, nos faltaron… y ese es el deseo de cada padre, sin importar la generación que sea. Así pensamos y así actuamos en casi un cien por ciento de las veces.

Lograr domar este deseo y darles el permiso a ellos de que vivan su propia experiencia es algo que muy pocos padres logramos hacer, pues, de una manera u otra, sucumbimos ante el amor materno o paterno de evitarles muchos de los dolores de cabeza de esta vida en la cual ya le llevamos ventaja y muchas millas de camino.

Y las preguntas obligadas deben ser si, en su momento, nosotros entendimos ese mismo proceso con nuestros padres, qué tanto escuchamos a nuestros progenitores, de qué nos puede servir esa experiencia previa ahora con nuestros hijos y, sobre todo, cómo podemos hacerles entender a ellos nuestro sentir y deseos sin atropellar los de ellos.

Son cuestiones muy delicadas y preguntas difíciles de responder, sobre todo en ambientes tan distorsionados como los actuales.

Sin importar lo que nos mueva, como padres debemos entender que nuestro papel es guiarlos lo mejor que podamos, pero que, en su momento, debemos dejarlos caminar con sus propios pies, tratando de que comprendan que nuestra experiencia les puede ayudar a no cometer muchos errores y cruzar los dedos para que ellos lo entiendan así.