Yo me atrevo a dar el primer paso, ¿Y tú?)

Yo me atrevo a dar el primer paso, ¿Y tú?)

Yo me atrevo a dar el primer paso, ¿Y tú?)

César Aybar

*Por César Aybar

La soberbia es un sentimiento de superioridad que nos hace creer que merecemos lo que otros no merecen porque somos mejores que los demás. Ese sentimiento de soberbia nos lleva a tratar a las otras personas como inferiores, en ese sentido, actuamos con crueldad, cometiendo injusticias y provocando daño al prójimo.

Las personas soberbias son esclavas de su ego, el cual los lleva a pensar que son el centro de todo, por lo que todo debe girar alrededor de ellos. No admiten errores en los demás, se creen autosuficientes, y entienden  que lo que han logrado, ha sido por su propio esfuerzo.

La palabra «agradecimiento» sólo existe para ellos con respecto a los demás, pues según su parecer, todos deben ser agradecidos con ellos, hasta el mismo Dios, porque ellos son «perfectos». Me viene a la mente aquel fariseo que oraba junto al publicano (Lc 18: 9-14):

El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.  Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias».

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no.

Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.» La soberbia nos ciega y endurece el corazón y nos lleva a actuar sin amor,  alejándonos de la gracia del Creador.

Es así que vemos a diario por nuestras calles comportamientos de las personas revestidos de un olor a violencia. Las personas se creen mejores a los demás, y actúan en consecuencia, tratando a sus hermanos de manera grosera, sin saludar, con indiferencia y hasta con insultos.

Por eso se roba, comprendiendo el robo desde acciones corruptas en la administración pública o privada, hasta la acción vandálica común en  las calles de nuestras ciudades, por eso se violan las leyes de tránsito, por eso se es indolente ante el dolor de los demás, y por eso, finalmente se asesina al hermano, tanto física como emocionalmente.

He ahí la sabiduría de estos versos del libro de Eclesiástico Capítulo 10, versos 12 y 13: «Principio de la soberbia es alejarse del Señor, apartar el corazón del Creador. Porque principio de la soberbia es el pecado, El que se aferra a ella difunde iniquidad.»

Sin embargo, el ser humano no fue hecho para ser soberbio, sino para ser sencillo y humilde, porque fue hecho para adorar a Dios. Adorar a Dios significa tener una determinación sin dudas y sin vacilación a cumplir su voluntad.

 Y la voluntad de Dios es que le amemos con toda el alma, la mente, con toda la fuerza y el corazón, y que amemos al prójimo como a sí mismos (Marcos 12:30).

La dimensión del amor es  contraria a la de la soberbia, de ahí que cada acto de soberbia del ser humano, niega a Dios, al negarlo lo aleja de Él, convirtiéndolo en un ser sin vida, totalmente separado de su verdadero origen, en consecuencia, esencialmente infeliz.

Es aquí donde adquiere sentido especial las Bienaventuranzas contenidas en  el capítulo 5 de Mateo, versos del 3 al 10:«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.  Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos«.

Es decir, todo ser humano que en este mundo convulso, violento, mentiroso, soberbio, injusto, y falto de luz, (ya que vive y procura vivir apartado de Dios), haya decidido vivir según la ley del amor, que es la ley de Dios, Jesús lo califica como bienaventurado.

Porque quien decide vivir según la ley del amor no puede ser soberbio, pudo haber sido soberbio, pero el amor lo trasforma y le otorga  categorías contrarias a las que rigen las sociedades de hoy: Pobres de espíritu/engreído; mansos/violentos; consoladores/crueles; plenos/vacíos; misericordiosos/indolentes; inocentes/llenos de maldad; pacífico/precursores de guerras; Justos/injustos.

Como vemos, Las Bienaventuranzas definen una serie de categorías para aquellos que han de merecer una vida plena y llena de luz, que nunca las podrá tener una persona soberbia, pues una persona soberbia, por naturaleza y definición,  exhibe un comportamiento caracterizado por el engreimiento,  la violencia, la crueldad, la indolencia, la maldad, precursores de la guerra y la injusticia. Este comportamiento, como es lógico, lo lleva a sentirse vacío.

No sé lo que piensas tú, pero yo pienso que hay que dar la voz de alarma, pues la sociedad de hoy se empeña en llevar al ser humano a ser soberbio, a creerse autosuficiente, lo que está provocando tener un mundo cada vez más indolente, más lleno de maldad, más lleno de guerras, más destructivo, más indiferente al dolor y menos enamorado y respetuoso de la vida.

Dar la voz de alarma, no significa solamente hablar, sino actuar de forma diferente, asumir las bienaventuranzas de Jesús, aún no seas religioso, simplemente por el bien tuyo, si así lo quieres ver, y por el bien de la humanidad.

Yo me atrevo a dar el primer paso, ¿Y tú?) (El autor es empresario de agronegocios e investigador)