Arribé a Montevideo la semana pasada, tras ser invitado por el poeta y narrador Rafael Courtoisie a la Primera Bienal Internacional de Poesía, en el marco de la Décima Feria Internacional de Promoción de laLectura y del Libro de San José, Uruguay, bajo el lema “La feria de las luces”.
Me hacía mucha ilusión tocar el suelo de la otrora “Suiza de América”, tierra de Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini, Onetti, Benedetti, Florencio Sánchez, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga, Herrera y Reissig, Eduardo Galeano, Zorrilla y José Enrique Rodó.
Uruguay es país de un insólito control de la natalidad, pues desde toda mi escolaridad sabía que tenía 3 millones de almas, y curiosamente, esa cifra casi se mantiene. Fue el primer país en tener el edificio más alto de Latinoamérica, el palacio Salvo, levantado en 1925.
Tras padecer una dictadura (1976-85), inició su periplo democrático de desarrollo institucional y educativo, referencial para Latinoamérica. Uruguay es el país más alfabetizado de América Latina, el segundo con menor índice de corrupción -después de Chile-, el tercero con mayor índice de desarrollo humano -después de Chile y Argentina -, el cuarto con mayor esperanza de vida -tras Chile, Cuba y Costa Rica-, el más pacífico del continente, según la Corporación Latinobarómetro, de 2008, y según “The Economist”, está entre los veinte países más democráticos del mundo. El 80% de su población es de origen europeo (de españoles, o de inmigrantes italianos, franceses y alemanes).
Su población negra apenas alcanza el 4%, y la indígena fue exterminada -acaso el único país de Sudamérica que no tiene sustrato indígena- en una masacre ejecutada por el general Fructuoso Rivera el 18 de abril de 1831.
Durante la conquista estuvo habitado por indios charrúas, quienes murieron en la Matanza de Salsipuedes, y los sobrevivientes se refugiaron en Brasil, Argentina y Paraguay, de donde procede la tradición guaraní del consumo de hierba mate -que los paraguayos beben frío (tereré) y los uruguayos beben durante el día y la noche, en un ritual, del que no escapan a su seducción los jóvenes, que llevan debajo de un brazo el termo de agua hirviendo, y en una mano la pócima que succionan con una bombilla.
Uruguay se enfrascó además en la Guerra de la Triple Alianza, en la que Paraguay perdió su salida al mar, a más de guerras civiles y contiendas políticas, durante el siglo XIX, pero durante la primera mitad del siglo XX alcanzó gran bonanza económica y alto nivel de vida.
Con 176 mil km cuadrados (RD cabe casi cuatro veces), y apenas 3.6 millones de habitantes (población total que equivale a la ciudad de Santo Domingo), este país, sin embargo, posee una espléndida tradición cultural, con pintores como el constructivista Joaquín Torres García, y el impresionista Pedro Figari, el filósofo Carlos Vas Ferreira, y una tradición musical y folclórica expresada en la murga y el candombe, este introducido en la etapa colonial por los esclavos africanos.
O la presencia viva de la milonga y el tango, cuyo ídolo y mito viviente, Carlos Gardel, sigue latiendo, y cuyo nacimiento les disputan a los argentinos los uruguayos, que dicen que nació en Tacuarembó, amén de los emblemas de la canción popular como Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Jorge Drexler, el grupo OPA, y la fama por haber ganado el Primer Mundial de Fútbol, cuando Uruguay fue sede en 1930.
Esta edición de la Feria del Libro se inauguró en medio de un inclemente frío austral, en el teatro Bartolomé Maccio, de San José, fundado en 1912, lugar donde cantó Gardel por última vez en Uruguay en 1933 -el cual fue el segundo mayor teatro de Uruguay, después del Solís de Montevideo- diagonal a la residencia donde se hospedó Rubén Darío, en agosto de 1912. Uruguay bien vale un mate de celebración.