En días pasados los medios de comunicación se hicieron eco de la formidable noticia de que nuestro país ha sido elegido por el Foro Económico Mundial para ejecutar un proyecto de hoja de ruta de los residuos plásticos.
Este proyecto pretende servir como guía para evitar que los desechos plásticos contaminen o lleguen a nuestros ríos y mares. Este anuncio vino acompañado del otorgamiento de US$400,000 no reembolsables, destinados al apoyo de la investigación y desarrollo de una plataforma que permita entender claramente los retos futuros.
Para entender esta problemática, no es necesario tener 16 años de experiencia en el sector de residuos sólidos o reciclaje, ni ser un consultor ambiental especializado. Sin embargo, es crucial conocer los ciclos de producción y manufactura para entender cómo se enlazan las cadenas productivas.
En nuestro país, que apenas cuenta con cuatro años desde la promulgación de una ley para el manejo, disposición final y co-procesamiento de residuos sólidos urbanos, hemos fallado en analizar esta hoja de ruta como un punto de partida, y ahora nos veremos incentivados a desarrollarla.
Como ingeniero industrial, y perteneciente al sector que se dedica a mitigar el impacto ambiental causado por el uso y disposición indiscriminada de plásticos, he estado inclinado al análisis y comprensión de la cadena de abastecimiento inversa, que finalmente deriva en un subproducto que constituye la materia prima de las empresas recicladoras.
Debemos entender que los procesos de manufactura no deben empezar al final. La economía circular ha cambiado este paradigma, mostrando que lo más importante no es el producto final, sino contar con un diseño que permita, de manera menos costosa y más simple, la recuperación y reaprovechamiento de lo ya utilizado. En pocas palabras: no explotar nuevos recursos.
Durante 13 años, se debatió un proyecto que ahora es ley, la 255-00, que en todo momento evadió un punto crucial: la necesidad de diseñar y construir con criterios homogéneos, que permitan un reciclaje fácil y un ciclo perpetuo de reincorporación a las cadenas productivas.
Es por tanto, donde creemos que esta hoja de ruta debe arrancar, y servir como base para toda una industria nacional que emplea a más de 25,000 personas, entre productores, distribuidores y recicladores de plásticos.
Como gremio, los «plastiqueros», en su mayoría o al menos aquellos que cumplen con sus obligaciones fiscales y legales, se agrupan bajo las siglas ADIPLAST, una rama de la AIRD. Desde allí estudian y hacen importantes propuestas para el futuro de esta industria.
Dentro de estos gremios destaco la Asociación de Industrias de Bebidas Gaseosas (ASIBEGAS), cuyos miembros producen el principal producto de desecho plástico en nuestro país y en el mundo: el PET, conocido popularmente como “botellitas”. Este subsector no ha evolucionado a la velocidad de otros países desarrollados en cuanto a la homogenización de sus materias primas.
Cualquier hoja de ruta debe involucrar un pensamiento colectivo, en el que los fabricantes sean el eje central de las propuestas. Con ellos, y de la mano con las autoridades y técnicos en la materia, podemos diseñar no solo una hoja de ruta, sino un plan para la actualización de toda una industria.
Actualmente, los embotelladores de gaseosas no están sujetos a regulaciones ambientales que establezcan qué materias primas son o no permitidas, algo que debería estar supervisado y aprobado por el Ministerio de Salud Pública.
La ciencia ha demostrado que no todos los materiales son aptos para contener alimentos, como el caso del PVC, que puede liberar contaminantes cancerígenos bajo ciertos cambios de temperatura, como el Bisfenol o BPA.
Esta falta de homogenización crea un caos al intentar reciclar estos plásticos, ya que las tapas de las botellas varían entre polipropileno y polietileno, materiales que, aunque tienen la misma densidad e índice de flotación, no pueden ser fundidos juntos. Esto genera micro desperdicios que fácilmente terminan en cuerpos acuíferos.
Además, la utilización de plásticos de colores no aceptados en mercados internacionales, como el gris metalizado, marrón oscuro o negro, reduce el interés de recolectarlos y procesarlos. La industria textil es la principal consumidora de resina reciclada, utilizada para fabricar hilos sintéticos, presentes en más del 98 % de las prendas de vestir actuales.
Otro punto crucial es la falta de incentivos o regulaciones que promuevan el uso obligatorio de materia prima reciclada por parte de los productores nacionales.
En la última década el país avanzó en el reciclaje de plásticos duros como el polietileno de alta densidad y el polipropileno, materiales utilizados para fabricar productos como huacales agrícolas, cubetas, perchas, entre otros.
Durante la pandemia, la industria local de reciclaje salvó centenares de empleos e industrias al suplir la demanda de materia prima, debido al cierre de los puertos.
Esto demostró que la calidad y volumen de producción local pueden representar la última línea de defensa ambiental ante el reto de los plásticos.