Nadie es perfecto. La perfección es un camino interminable. Asimismo, las instituciones adolecen de las mismas deficiencias humanas, por ser gestionadas por gente de carne y hueso.
Hay, sin embargo, personas que son ejemplos de conducta, en lo personal y en lo institucional.
En un reciente artículo, el magistrado Rafael Ciprián, juez del Tribunal de Tierras, ataca, injusta y desmedidamente, a los Dres.
Manuel Bergés Chupani y Jorge Subero Isa, como expresidentes de la Suprema Corte de Justicia (SCJ).
Del primero afirmó que fue (un presidente) permisivo. Y del segundo que se endiosó y se creyó titular vitalicio su gestión se distinguió por la prepotencia colegiada, excesos, abusos contra jueces y amiguismo.
Contrario a los virulentos e inmerecidos pronunciamientos contra dichos ex altos jueces, alaba al actual presidente de la SCJ. En cuanto a este último, comparto sus criterios.
Pero no puedo pasar por alto que restarle méritos a un templo de virtudes humanas, profesionales y de juez como Bergés Chupani es quitarse los propios, pues los aportes que este insigne y ejemplar hombre ha hecho al proceso de institucionalización del país difícilmente podrán ser superados por muchos. Ante este ser maravilloso, ejemplo de altos quilates éticos, corrección, decencia, integridad, aptitud, experiencia, generosidad, frugalidad, firmeza y entrega al país y a los suyos hay que quitarse el sombrero.
De Subero, debo decir que, además de su reciedumbre y hombría de bien, su visión, capacidad gerencial y profesional hicieron posibles la independencia y autoridad actual del Poder Judicial.
A él y a muchos de sus compañeros de labores el país les debe mucho, pues el Judicial hasta su llegada era todo, menos Poder.
No quiero pensar que apetencias personales puedan llevar a Ciprián a congraciarse con quienes pueden influir para llenar un espacio vacío en la SCJ, tirando piedras a árboles que nos han dado tantos frutos positivos como Bergés y Subero.
