“Los reportes de mi muerte son exagerados”, dijo Mark Twain, 13 años antes de fallecer.
Lo mismo podría decirse de la globalización, supuestamente moribunda por el proteccionismo trumpista, el covid y la guerra de Ucrania.
Las cifras no dejan lugar a dudas: a diciembre de 2022 el comercio mundial había superado 60 % de la producción global, nivel sólo antes alcanzado en 2008.
Lo que hay es una clara recomposición del comercio, para blindar las cadenas de suministro frente a futuros choques, como los provocados por aquellos países que aplicaron estrictas cuarentenas para contener el contagio del covid, paralizando sus economías, restringiendo sus exportaciones y disminuyendo sus importaciones.
Se pensaba que la desconexión (“decoupling”) de estos países evitaría futuras perturbaciones en productos críticos para la alimentación, defensa, electrónica, energía y salud.
Tarde o temprano la realidad se impuso y cambió la semántica.
Prescindir totalmente de los aportes de ningún país es imposible, simplemente porque no se pueden replicar todas las cadenas de suministro.
Además, no todas dichas cadenas son críticas para la seguridad económica.
“La desconexión total sería un desastre”. Este mensaje fue claramente articulado por la profesora Janet Yellen, secretaria estadounidense del Tesoro, expresidenta de la Reserva Federal y de la Asociación Americana de Economía.
En su discurso del 23.4.2023 (https://home.treasury.gov/news/press-releases/jy1425) ante la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad Johns Hopkins, la profesora Yellen “cortó a través del ruido” para concentrarse “en las realidades sobrias”.
De lo que se trata es de proteger la seguridad nacional en general y la económica en particular.
De lo que se trata es de tener relaciones sanas “que promuevan el crecimiento y la innovación” y que se basen en una “competencia justa”.
De lo que se trata es, en resumidas cuentas, de reducir el riesgo (“de-risk”) en las industrias críticas antes mencionadas.
Para ello hay que invertir en casa, mediante tres leyes que ya están transformando los EE.UU.
Con la de infraestructuras, crecerá la penetración de las redes de información y de transportes.
Con la de los chips y la ciencia, volverá a crecer la capacidad para fabricar semiconductores, sector inicialmente dominado por EE. UU. pero relocalizado en países asiáticos como Japón, Corea y Taiwán.
Y con la de reducción de la inflación, EE. UU. cuenta finalmente con una estrategia proactiva para la transición energética que acordaron realizar a partir del 2015 todos los miembros de la ONU.
Para ello, hay que también fomentar la relocalización de la producción en países aliados (“friendshoring”), estrategia que explica las cuantiosas inversiones en industrias críticas en el Indopacífico y Latinoamérica.
La India, México y Vietnam son los principales beneficiarios de la recomposición del comercio.
Esto no es casualidad.
Son tres países con trabajadores productivos y con sistemas educativos que les permiten ocupar sitiales privilegiados en las pruebas PISA de la OCDE.
La productividad del trabajador dominicano crece imparable desde hace décadas.
Pero su nivel educativo ya era el peor de todos en 2019, cuando se impartió la última prueba PISA.
Ahora que se recompone el comercio, ¿tiene la RD el sistema educativo requerido para fortalecer su propia seguridad económica?