Oír la gota que cae
Uno se va acostumbrando. Por tener que vivir al lado de un vecino ruidoso tal vez la víctima de los excesos termina insensibilizada, o enferma sin saberlo, y de tanto conducir en guardia en unas vías urbanas e interurbanas en las que pululan los choferes “disruptivos” —para usar un término de moda y civilizado— cualquiera con apariencia de persona normal es paranoica, hipertensa o maniaco-depresiva.
Igual puede pasar con la gota que cae.
Estos pueden ser precios a pagar en lo que ocurre un milagro o la naturaleza obra el milagro de la adaptación.
Lo dicho en los párrafos antecedentes no está orientado a la eterna encerrona del tránsito, sino a la Frontera Norte, por donde hace poco tiempo se produjo la incursión de una turba de haitianos en una franja de tierra dominicana con carretera rústica para el patrullaje, lanzaron obstáculos a la vía y se dedicaron a remover una pirámide, la número 13, de las que marcan el límite de cada uno de los dos países.
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El fin de semana ha ocurrido nuevamente, pero esta vez contra haitianos que participaban en un mercado informal a unos cinco kilómetros del por el momento cerrado mercado de Dajabón.
Al presidente Luis Abinader le preguntaron sobre este hecho en San Pedro de Macorís y le pasó la bola al jefe del Ejército, allí presente. De acuerdo con el alto oficial, en la incursión participaron unos cuantos supuestos policías haitianos.
Y así, andamos. Que no se puede tener ni siquiera la seguridad de que fueran realmente policías, o tal vez lo eran.
Pero la inseguridad del alto oficial ante un asunto delicado como el que ocurrió no es particular suya, es de la Administración, del Estado y de todo el que se interese en establecerlo.
Nos estamos acostumbrando al desorden común al otro lado de la frontera y un día nos hallaremos, insensibilizados ante las violaciones al derecho internacional o tal hipertensos o paranoicos.
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