Sí, es pobre mi Dios y él lo dijo, aprender de mi que soy manso y humilde. Mi Dios-Cristo fue humilde. Trabajó con sus propias manos.
Al final de su vida no tuvo casa. Por eso mi Dios es libre. No amó lo que a nosotros nos encadena,
el poder, el honor, la riqueza.
Amó lo que a nosotros nos haría libres, el bien, la justicia, la misericordia, la natu-
ralidad. Amó a su Padre. Pobre como es mi Dios ama lo pequeño, lo sencillo, lo olvidado,
lo humilde, lo limpio, lo genuino.
La riqueza es como la grasa, mancha. La pobreza es como el jabón, limpia. El agua
clara, de manantial, agua pobre y limpia es mi Dios. En sus ojos esta la luz, toda la luz.
Es el sol, la riqueza de los pobres. Es el día, la riqueza del que vive de su trabajo.
Mi Dios es la luz, el sol, el día porque es pobre.
Es difícil mi Dios pobre, mi Dios limpio, mi Dios sin oro, mi Dios libre para el hombre y la mujer con sed de todo lo que encadena,
con predilección por todo lo que brilla, porque lo complicado no es lo propio de mi Dios.
Por eso muchos hombres y mujeres y la misma Iglesia sienten la tentación de presentar
a Dios y a su Madre también ricos, de llenar de oro sus templos y sus imágenes. De vestir
de seda a sus ministros, de ceder el primer puesto y quitarse el sombrero y arrodillarse si fuese necesario ante quien posee un poco de poder y una cuenta corriente más abultada.
Pero mi Dios no cambia, mi Dios es pobre y amigo de los pobres.
Mi Dios es de los libres, de los que saben amarlo todo sin que se les quede nada en sus manos. Mi Dios es de los que saben descubrir en la pobreza la única riqueza posible en él, la luz que ama. Sí, mi Dios es pobre. (Juan Arias)