Sobre su escritorio, en el que se sienta todos los días de 10 de la mañana a 2 de la tarde a trabajar, están la última edición del Times Literary Suplement,un busto de Balzac, una copia de su último artículo de prensa y un librosobre el Congo, país en el que transcurre buena parte de su novela «El sueño del celta».
La casa de dos pisos en la que vive el escritor peruano Mario Vargas Llosa cuando está en Madrid es silenciosa y rodeada de verde.
Por debajo pasa un río subterráneo que hace que la temperatura en los agobiantes veranos madrileños sea varios grados menor a la normal. Las paredes, por supuesto, están repletas de bibliotecas con libros: literatura, pero también mecánica cuántica, electrodinámica, Picasso, historia del antiguo Egipto…
La excusa para estar aquí -si es que se necesita una para hablar con él- es conversar sobre la vejez, a propósito de un evento que sobre el tema realiza la Fundación Nobel en Madrid.
Es un buen tema de conversación. A sus 83 años, Mario Vargas Llosa es el último premio Nobel de literatura vivo de América Latina. Y el último que queda en pie de una generación prodigiosa que -de alguna manera- va de Borges, Carpentier y Onetti a él, pasando por Octavio Paz, Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar.
Una generación que cambió no solo la literatura latinoamericana, sino mundial.
Usted es uno de esos casos extraordinarios de un escritor que a los 83 años de edad sigue escribiendo y publicando. Se vienen a la mente Tolstoi, Saul Bellow o Wisława Szymborska… ¿Cómo es posible mantener esa longevidad? ¿Es cuestión de disciplina, de genes…?
Yo creo que es cuestión de disciplina. Yo trabajo de una manera bastante metódica, soy muy ordenado para mi trabajo, no para el resto.
Trabajo siete días por semana, 12 meses al año. Y no tengo la sensación de que es un trabajo. Realmente escribir es para mí un placer, aunque me cueste y tenga períodos muy difíciles.
Creo que en función de mi trabajo se organiza mi vida, que no está caracterizada por los excesos. Dejé de fumar hace muchos años, nunca he bebido, solo tomo vino con las comidas y de vez en cuando.
Mi gran placer es la lectura y mi propio trabajo. Quizá eso ha hecho que mi vida no se haya gastado como ocurre en el caso de muchas otras personas.
Aunque tampoco soy un obseso de cuidarme a la hora de comer o dormir. Hago una hora de ejercicio todos los días antes de comenzar a trabajar.
Quizá esa disciplina, esa organización que ha sido siempre en función de mi trabajo, pues ha hecho que viva hasta ahora.
Otra característica suya es que no es sólo un intelectual, sino una persona de acción, como lo muestra, por ejemplo, su investigación por los asesinatos de periodistas en Ayacucho en 1983, su campaña para la presidencia del Perú en 1990, o su viaje a Irak del que salió un libro de reportajes… ¿Cree que eso lo ha beneficiado?
En mi caso mi trabajo se alimenta de la vida misma. Nunca he sido una persona pasiva, siempre me he interesado por lo que ocurría a mi alrededor.
Desde muy joven he creído que ser escritor significa también una responsabilidad de tipo social y político.
Creo que la participación en lo que es la vida de la ciudad, del país, del tiempo en que uno vive, es también una obligación de tipo moral.
Si uno cree que los libros y las ideas importan, que la política debe estar gobernada no por pasiones sino fundamentalmente por ideas, entonces la participación es una obligación.
He participado en las cosas de mi tiempo, en la vida política, no dándole preferencia sobre la literatura, que para mí es mi primera actividad, pero una participación activa forma parte de las tareas no solo de un escritor sino de un ciudadano.
Nunca me ha seducido la idea del escritor retirado, que vive encerrado en un cuarto de corcho como Proust. Para mí eso sería absolutamente inconcebible.
Pero usted es quizáel último representante en América Latina del escritor como gran figura intelectual pública, lo que antes fueron Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato… En su ahora larga vida ha visto cómo esa figura ha ido desapareciendo.
Y creo que es una pena porque significa que en nuestra época las ideas son menos importantes que las imágenes.
Por eso las figuras con que un político profesional le gustaría retratarse no son los escritores, son los futbolistas, los artistas, los actores. Y eso me parece que es un empobrecimiento.
Las imágenes son más perecederas que las ideas, menos importantes a largo y mediano plazo.
Y es una de las razones por las que la cultura en general se ha banalizado y frivolizado.
Creo que hay un hecho muy importante en nuestra época: una participación muchísimo mayor (a través de las redes sociales), antes era más reducida y menos democrática, pero quienes participaban entonces creo que estaban más movidos por convicciones firmes que hoy día, cuando muchas veces se hace de una manera muy superficial.
Volviendo al tema de la vejez, una cosa es la disciplina férrea para escribir, pero otra distinta es la creatividad. Mantenerla tan viva a su edad no debe sersolo cuestión de disciplina.
Pues mire, desde las primeras cosas que escribí cuando era todavía muy joven, casi niño, mi imaginación siempre se ha alimentado de la memoria, es decir, ciertas experiencias vividas, ciertos recuerdos (no sé por qué algunos y no todos) tienen esa capacidad estimulante que me hacen crear pequeñas fantasías que son las que están siempre en el punto de partida de todos los cuentos, novelas, obras de teatro.
Pero nunca creo haber concebido una historia a partir de nada, por un simple movimiento de la imaginación.
El punto de partida es alguna experiencia vivida que me deja imágenes que luego se convierten en algo obsesivo y de pronto me doy cuenta de que he comenzado a trabajar una pequeña historia a partir de ciertos recuerdos que muchas veces, ya en el proceso de redacción, desaparecen o pasan a ser algo secundario.
Usted siempre que habla de su trabajo como escritor destaca la disciplina, pero, en todos estos años ¿han cambiado en algo sus hábitos de escritura?
No, en eso sigo siendo el mismo que era cuando comencé a escribir.
Hay escritores que son muy espontáneos. Yo recuerdo por ejemplo en los años 60, que es una época en que nos vimos mucho con Julio Cortázar, él estaba escribiendo Rayuela, que es una novela un poco símbolo de la época.
Y me impresionó enormemente que él me decía «mira, muchas veces yo me siento a la máquina de escribir y no sé sobre qué voy a escribir».
Y yo le preguntaba: ¿pero no tienes un plan?
Y él me decía «no, no para nada. Si tengo alguno debe ser subconsciente». Eso nadie lo diría leyendo Rayuela, que es una novela que parece tan armada, tan compleja además de construcción…
Ese no es mi caso para nada.
Antes de comenzar a escribir una historia hago muchos esquemas, aunque luego no los respete, pero los necesito mucho como punto de partida. Tener algunas fichas sobre los personajes… Sobre todo la organización del tiempo, saber dónde va a comenzar y dónde va a terminar la historia.
Por eso la disciplina es tan importante. Por eso procuro, además, trabajar todos los días. Si no, sentiría que la historia se me deshace, se me dispersa.
Necesito trabajar incluso durante los viajes -yo viajo bastante- y procuro mantener ese ritmo diario.
Siguiendo con la vejez, usted ha escrito de manera abundante -y muy crítica- sobre las utopías sociales. Ahora creo que se puede hablar de una utopía individual: vivir más y mejor. Hay grandes inversiones en Silicon Valley -muchas de ellas secretas- no solo para combatir la vejez sino, aparentemente, la misma muerte… ¿Qué piensa de esto?
La muerte a mí no me angustia. Hombre, la vida tiene eso de maravilloso: si viviéramos para siempre sería enormemente aburrida, mecánica. Si fuéramos eternos sería algo espantoso.
Creo que la vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin.
Lo que me parece muy importante es tratar de aprovechar esa vida, no desperdiciar las oportunidades. Creo que es muy importante tener una vocación y poder materializarla, aunque desde luego mucha gente no puede hacerlo.
La vida se ha alargado muchísimo, desde luego, Y eso tiene muchos valores pero también muchos problema: que cada vez menos gente va a tener que apoyar y alimentar a más gente. Significa que tendremos que aguzar la imaginación para que ello sea posible.
Nada de eso es fácil. Las viejas utopías han ido desapareciendo todas, vivimos en un mundo que es mucho más realista y, sin embargo, ese problema no hemos sido capaces de resolverlo, salvo en un número muy contado de países en el mundo.
Preparando esta entrevista pensaba en grandes personajes suyos que fueran de edad provecta. ¿Quizá el conselheiro en «La guerra del fin del mundo? ¿Urania en «La fiesta del chivo»? ¿Don Rigoberto? Y está por supuesto Juan Peineta en su última novela «Las cinco esquinas». ¿Pero ha escrito algún personaje pensándolo así?
No lo pienso en ese sentido de hacer personajes que sean más positivos que negativos.
Lo que tengo claro es que los personajes que me seducen más son los inconformes. Personajes que quisieran cambiar, si no el mundo, por lo menos su entorno, porque no lo resisten tal como es.
Y entonces algunos son más utópicos, tienen una visión más mesiánica de las cosas y otros se mueven en mundos más limitados, pero creo que el conformista, o no aparece, o aparece con tintes muy negativos en mis historias.
Los personajes que más descuellan son aquellos que no se conforman con el mundo tal como es para hacerlo más vivible.
Usted siempre ha dicho que el escritor, de entrada, tiene un gran desacuerdo con la realidad…
Creo que sí. Si uno inventa historias es porque la que vive no le basta o no le gusta, y escribir es una manera de cambiar mundo, de ofrecer a los demás mundos alternativos. Creo que esas son las ficciones.
A la generación de ustedes en América Latina la distinguió la «novela total», ¿no?: «Rayuela», «Cien Años de Soledad», «Cambio de piel», «Conversación en la catedral»…
Claro, novelas muy ambiciosas, que quieren desafiar el mundo de igual a igual…
Cuando Carlos Fuentes tenía 76 años le pregunté si se sentía con fuerzas para escribir algo de largo aliento como Terra Nostra y me dijo que no. ¿Usted se siente con las fuerzas y la creatividad para acometer otra unanovela así?
Pues mire, yo creo que uno debe mantenerse vivo, que lo ideal es que la muerte sea un accidente, que venga a interrumpir como algo accidental una vida que está en plena efervescencia. Ese sería mi ideal.
Yo escribo todavía a mano, con tinta, en cuadernos, como empecé. Y me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente…
Haber vivido la vida hasta el final y sobre todo no haberme muerto en vida, que es el espectáculo que me parece más triste para un ser humano.
¿O sea que todavía podemos esperar una «Fiesta del chivo» o una «Guerra del fin del mundo»?
Pues ojalá (risas). Bueno, acabo de terminar una novela, estoy todavía corrigiendo un poquito, pero ya está prácticamente terminada. Y espero que no sea la última (risas).
Creo que en América Latina no se ha escrito mucha ficción sobre la vejez.Quizás lo más destacado sea «El amor en los tiempos del cólera», que –no creo que por casualidad– es la obra más popular de García Márquez en el mundo anglosajón, incluso por encima de «Cien años de soledad»...
Tiene usted razón, estoy tratando de recordar novelas dedicadas a la vejez. No hay muchas… Hay viejos en las novelas, pero suelen ser personajes más bien secundarios, un poco de paso.
Pero una novela enteramente centrada en la vejez… Estoy recordando una novela de un escritor venezolano, Adriano González León, que se llamaba «Viejo» (1994). Es dedicada a la vejez y de una manera muy conmovida, la escribió un poco cuando estaba ya en decadencia física, no mental, porque la novela está muy bien escrita.
Es una de las pocas que recuerdo.
Cuando tenían 80 años, dos de las mentes más lúcidas del siglo XX en América Latina, Octavio Paz y Carlos Fuentes -a quienes usted conoció muy bien-, manifestaron estar perplejos ante el mundo que los rodeaba… No lo entendían. Y eso fue antes de la llegada de Donald Trump al poder y del ascenso de los nacionalismos y el populismo de extrema derecha… ¿A usted el mundo de ahora le causa perplejidad?
Hombre, digamos que uno puede sorprenderse mucho, pero… Uno tiene ese maravilloso instrumento que es la razón, ¿no es verdad?, que nos permite aprehender aquello que está detrás de lo sorprendente, lo excepcional, lo misterioso.
La historia de la humanidad es justamente haber ido desvelando todos estos misterios poco a poco, llegando a lo recóndito de la realidad, de la experiencia humana.
No creo que nuestra época sea una de las peores de la Historia ni muchísimo menos.
Recuerdo la última conferencia que dio Karl Popper la Universidad Menéndez y Pelayo, en España, pocos meses antes de morirse.
Yo estuve allí porque lo admiro muchísimo, y en una conferencia de prensa en la que los periodistas le hablaban de los horrores de nuestra época, él dijo: «sí, en nuestra época pasan cosas terribles, pero cuando ese pensamiento nos asalte, piensen al mismo tiempo que nunca hemos estado mejor. Nunca, en la larga historia de la Humanidad, hemos tenido tantas oportunidades. Los avances de la medicina, del conocimiento son tan extraordinarios que nos han permitido avanzar, derrotar enfermedades, derrotar al hambre, derrotar a lo que eran los grandes imperios donde los seres humanos eran objetos…».
Yo creo que eso es verdad. Hoy día estamos muchísimo mejor y por lo menos con instrumentos muchísimo más valiosos para enfrentar los desafíos que tenemos.
Ahora, que ocurren muchas… Por ejemplo, algo que ocurre en nuestra época que para mí es una verdadera sorpresa es el rebrote de los nacionalismos. Sobre todo en en Europa occidental, que probablemente es una región que ha padecido más que ninguna otra los estragos que causan los nacionalismos.
¡Las guerras mundiales fueron causadas por ellos! Y sin embargo están rebrotando, lo cual quiere decir que, por lo menos en ese campo, la experiencia acumulada no sirve de nada, que incurrimos en los mismos errores a pesar de saber que los nacionalismos son una fuente de violencia tan espantosa.
Y a veces en los países más civilizados, en los que parecerían vacunados contra esta recaída en los viejísimos errores.
Esa es una realidad de nuestro tiempo, pero la historia está llena de casos así. Lo cual significa que no debemos dormirnos nunca sobre nuestros laureles, que los problemas van a seguir surgiendo y muchas veces los mismos problemas a los que con la experiencia acumulada deberíamos responder de una manera más inmediata y enérgica.
Su último libro de ensayos, «La llamada de la tribu», es como una especie de balance intelectual de la segunda etapa de su vida, cuando se vuelve liberal en el sentido clásico, y es un homenaje a siete autores que lo influyeron (como Adam Smith, Isaiah Berlin, Karl Popper o Ortega y Gasset)
Exactamente. Es un libro en cierta forma autobiográfico, porque he aprendido a través de esos pensadores (y otros, pero esos son los más importantes para mí), cuál es el tipo de mundo que está más defendido contra las injusticias, la precariedad, los abusos, la violencia.
Y yo creo que es la democracia en esa forma más extrema y radical que representan las ideas liberales. Hay muchos pensadores que han contribuido a eso, pero los que me marcaron más son los que aparecen en ese libro.
Ha habido críticas muy fuertes al liberalismo por su papel en la crisis actual.En Inglaterra, por ejemplo, está el filósofo John Gray que ha sido durísimo…
… Después de haber sido un gran liberal, porque él fue discípulo de Isaiah Berlin, sobre quien escribió un libro muy interesante. Pero yo no creo que sean verdad (las críticas).
El liberalismo está asociado a la idea de la libertad y creo que la defensa de las libertades es algo absolutamente esencial… Hombre, que hay liberales que han llegado a ser sectarios, pues sí, se da.
Hay quienes creen que el mercado resuelve todo, yo no creo eso, ni muchísimo menos, ni creo que sea la esencia del liberalismo.
El liberalismo da una gran importancia a la vida económica, pero de ninguna manera piensa que sea lo esencial. Para el liberalismo lo esencial son las ideas, los valores y dentro de ellos la idea de la libertad es absolutamente esencial. Una idea que no se puede disociar, dividir o fragmentar.
La libertad, según los liberales, es una sola y debe darse simultáneamente en el campo económico, político, social, individual. Y que todo lo que signifique mayor libertad es bueno para el conjunto de la sociedad.
Dicho esto, las divergencias dentro del pensamiento liberal son muy grandes. Basta asistir a cualquier congreso o reunión de liberales para saber que los puntos de vista no pueden ser más divergentes.
Pero lo que es interesante en el caso concreto del «padre del liberalismo», como se le llama a Adam Smith, es que era un hombre pragmático, de ninguna manera actuaba con una visión inflexible de las ideas. Lo que sí tenía era una especie de motivación, la lucha contra la injusticia era absolutamente fundamental.
Según él, la mejor manera de realizar esas reformas era adaptándose a las posibilidades reales, de tal manera que cada país no podía adoptar la misma receta de la misma manera si quería disminuir la violencia.
Yo creo que es una característica del liberalismo que ha sido más fecunda en las democracias que lo han aplicado.
Si uno cree en la libertad, si uno cree en las instituciones democráticas, en los derechos humanos, si uno es sensible a la miseria, a la injusticia, a la igualdad de oportunidades, pues yo creo que es un liberal. Lo sepa o no.
En estos momentos, a sus 83 años, ganador del premio Nobel de literatura, uno de los grandes escritores latinoamericanos de todos los tiempos… ¿le preocupa la posteridad, la inmortalidad, le preocupa cómo va a ser recordado?
No me preocupa tanto. He hecho muchas cosas en la vida…
Hombre, si pudiera elegir, me gustaría ser recordado fundamentalmente como escritor, aunque uno no sabe en qué forma va a ser recordado., si es que va a ser recordado.
Tampoco es una preocupación central. No trabajo yo para la muerte, trabajo para la vida.
Esta entrevista fue realizada en ocasión del ‘Nobel Prize Dialogue’, que se realizóen Madrid este 22 de mayo.
Tomado de BBC