Hablar de libros prohibidos durante la dictadura de Trujillo puede ser todo un reto, existen textos y documentos que hablan sobre la censura a diferentes niveles, pero muchos de ellos lo hacen de forma general sobre los autores e intelectuales censurados y exiliados en ese periodo histórico, sin indicar necesariamente el título de un libro. Esto hace suponer varias cosas.
1. Cuando se censuraba algo, no era algo sino a alguien y por ende todo lo derivado a ese alguien, véase un autor, un intelectual, un político, un movimiento cívico o social, etc.; y 2. Comprobar que la dictadura implantó un estricto control de las actividades públicas y privadas de los ciudadanos a través del establecimiento de un partido único, Partido Dominicano, con la conformación de un Servicio de Inteligencia Militar (SIM) que vigilaba de manera constante la vida de los dominicanos, mediante un efectivo sistema de espionaje y denuncia, instrumentado a su vez en otros ciudadanos conocidos como “calieses”.
Este sistema permanente de control no daba demasiado margen para la publicación de textos con contenido inapropiado o insurgente dentro de la República Dominicana, por lo que de existir censura, podría pasar en muchas ocasiones por desapercibida.
A este plan tan bien orquestado, se sumaron otros acontecimientos, entre ellos, la inmigración española de los años 40, el desarrollo del movimiento revolucionario y la II Guerra Mundial con la consecuente derrota del fascismo.
Estos factores externos e internos, atenuaron la censura durante el régimen trujillista, permitiendo cierta apertura política. Según el historiador Filiberto Cruz Sánchez “la libertad de expresión y difusión del pensamiento estaban formalmente garantizadas en la Constitución trujillista”. De hecho, en 1947, Trujillo modificó la Constitución para adaptarla a las nuevas corrientes del pensamiento impulsadas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En este punto modifica el artículo 6 en el que se puede leer “toda persona tiene derecho a expresar libremente su pensamiento sin censura previa”.
Los orgnánicos
La censura está muy vinculada, por tanto, a la libertad de expresión, la cual puede ser ejercida a través de diferentes medios y formas.
Los escritores, de manera general, han mantenido una relación tormentosa con el poder. Podría decirse que ambos son completamente antagónicos, puesto que los escritores tienen el rol fundamental de ejercer su capacidad crítica, disentir y rebelarse contra el poder establecido.
Esto les permite captar la realidad de formas distintas y crean nuevas maneras de interpretar el mundo. Sin embargo, no todos son así, José Alcántara Almánzar en su libro “Los escritores dominicanos y la cultura” (1990), habla de otro tipo de intelectuales, los “intelectuales orgánicos” del sistema que asumen el papel de defensores y propagandistas.
Desde los inicios de la dictadura, Trujillo contó con la colaboración de poetas, narradores, críticos de arte, literatos, historiadores y juristas, que le sirvieron en la sombra. Algunos fueron Emilio A. Morel, Rafael César Tolentino o el poeta Tomás Hernández Franco, quien escribió el libro “La más bella revolución de América” (1930) para designar al movimiento que llevó a Trujillo al poder.
Canon de Bernardo Vega
En cuanto a la censura, podemos decir que hay diferentes niveles. El historiador Bernardo Vega los clasifica de la siguiente manera: desafectos (enemigos de Trujillo) que eran similares a los disidentes activos (opositores al régimen), los disidentes honorables o desafectos pasivos, que eran aquellos que mantenían una postura pública contraria al régimen, pero eran inofensivos en términos políticos, aunque el castigo era el exilio interior.
Es el caso de Américo Lugo, quien se negó a escribir una historia de la República Dominicana que concluyera con las proezas de su gobierno, lo que le llevó a vivir recluido en su casa hasta la muerte.
Otro nivel, según Vega, es el de los dudosos o indiferentes, ni colaboraban ni criticaban al régimen. Otro, el de los exiliados, referente a todos aquellos que fueron capaces de salir del país.
Sin embargo, en la distancia y exilio les esperaba también la incertidumbre de la vigilancia constante, la persecución y la muerte. Casos como el de Andrés R. Requena, asesinado en la ciudad de Nueva York en 1952 por su novela crítica “Cementerio sin cruces”(s. f.), o Jesús de Galíndez, quien corrió la misma suerte en 1956, por su tesis doctoral “La era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana” (1956).
Al grupo de autores exiliados se unen también Juan Bosch, Pedro Mir, Juan Isidro Jimenes Grullón, quien en su ardua tarea contra la dictadura, publica en La Habana en el año 1946 un libro que se titula “Una Gestapo en América”.
Los caídos
El último nivel es el de aquellos que caen en “desgracia”, los que han perdido total o temporalmente la confianza de Trujillo. Casos como el de Héctor Incháustegui Cabral, quien perdió su empleo cuando se negó a traer al país a su hijo antitrujillista.
De esa experiencia publica un libro de memorias titulado “El pozo muerto” (1960), en el que cuenta sus andanzas de juventud con los deseos de agradar al dictador. Algo similar le sucedió a Ramón Marrero Aristy, autor de la gran novela “Over”(1939). Desempeñó altos cargos administrativos y diplomáticos, pero no pudo evitar su trágico final.
Su manifiesto de ideas socialistas durante la juventud le persiguieron hasta su muerte. Fue asesinado por el SIM en 1959. Virgilio Díaz Grullón, en su libro “Antinostalgia de una Era”, ofrece el testimonio de Marrero y su lucha por preservar la vida.
Este tema daría para mucho más, pero podríamos decir que, pocos libros han sido señalados abiertamente como “peligrosos”, la censura real estuvo siempre en aquellos intelectuales inorgánicos, incómodos para el régimen.
El precio
— Riesgo perenne
Caer en desgracia era perfectamente posible para el intelectual más cercano con el régimen de Trujillo. Algunos servidores pagaron esta caída con la vida.
*Por IZASKUN HERROJO SALAS