Los dioses tecnológicos

Los dioses tecnológicos

Los dioses tecnológicos

José Mármol

Yuval Noah Harari, autor de títulos superventas como “Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad” (2014), “Homo Deus.

Breve historia del mañana” (2016) y “21 lecciones para el siglo XXI” (2018) cierra el primero de estos libros con esta interrogante: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?” (p.456).

Para él, esos dioses son los sapiens; es decir, nosotros, los humanos de estos tiempos, que luego de exterminar al humano neandertal, de proclamar la muerte de Dios y por más que descubrimos y por más que retamos las leyes de la física, la astrofísica, la física cuántica, el tiempo y el espacio, todavía no sabemos adónde vamos.

Para mí, esos dioses son hoy los gigantes tecnológicos, que han revolucionado el estilo y las políticas de vida de la humanidad actual, han transformado la economía, la sociedad y el medioambiente, pero con la diferencia de que, siendo irresponsables, sí saben lo que quieren y sí saben adónde van.

Su objetivo ulterior como negocio digital es de naturaleza cleptocrática: manipular algorítmicamente nuestra conducta, reducirnos a la frialdad del dato. El filósofo Javier Echeverría (1999) los llamó, con sobrada razón, “Señores del aire”, dueños absolutos de Telépolis, forjadores del “tercer entorno”, ese que va más allá del natural y el urbano tradicionales.

El vacío de regulaciones que defiendan la integridad de la persona que utiliza las redes sociales o hace compras por Internet, o bien utiliza sistemas de redes para el desempeño de su vida cotidiana frente a la voracidad de los gigantes tecnológicos en someternos a la lógica de los algoritmos y desde allí manipular nuestra conducta, ya no es solo una amenaza a la libertad individual, sino una grave amenaza a la integridad del sistema democrático en sí mismo.

La asociación perversa entre Cambridge Analytica y Facebook dio muestras de su poder distorsionador ante la voluntad de los votantes en torneos electorales como el Brexit, el triunfo de Donald Trump en EE.UU., contiendas electorales en Birmania, Trinidad y Tobago y más recientemente en Brasil, llevando a un radical de extrema derecha al poder con millones de mensajes de odio en Whatsapp, plataforma perteneciente a Facebook.

De ahí la relevancia del reclamo según el cual los datos de las personas en el ciberespacio son también derechos humanos. Ese tercer entorno requiere de marcos regulatorios precisos que delimiten su radio de acción y que, sobre todo, protejan la integridad y una menguada privacidad de los usuarios, especialmente, de las redes sociales, más vulnerables que Internet.

Es ilusoria la noción de soberanía que impera en el ámbito virtual y, por si fuera poco, es una quimera la idea de que las redes sociales constituyen el espacio por excelencia para la redención de la democracia, cuando en realidad, sus gestores procuran el control individual y la manipulación que solo el alcance de un panóptico digital puede ofrecer.

La huella digital, como sucedáneo de la huella dactilar, y como expresión del rastro que vamos dejando cada vez que clicamos un me gusta en Instagram o Facebook, o incursionamos en Google o compramos en tiendas virtuales como Amazon se ha convertido en nuestra identidad, pero, antes que identidad de sujetos autónomos, más bien, de sujetos persuasibles; es decir, manipulables y desconocedores de nuestros derechos en el ámbito digital.

Es por ello que Harari entiende, en su ensayo “Homo Deus. Breve historia del mañana” (2017), que algoritmos como Google y Facebook, entre otros, percibidos hoy como oráculos infalibles de la posmodernidad, pronto llegarán a ser entes soberanos que nos representarán y tomarán decisiones por encima de nuestra voluntad. ¿Dudamos?



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