¿Ladrones asalariados?

¿Ladrones asalariados?

¿Ladrones asalariados?

En el libro primero de La República de Platón, intentado discernir qué es la justicia y quién es justo, se llega a un argumento paradójico: “Por tanto, si el justo es diestro en guardar dinero, también es diestro en robarlo.

” Un hábil ladrón sería el indicado para cuidarlo, por supuesto, mediante una buena recompensa.

 Este planteamiento falacioso está en uso con el debate sobre los salarios desproporcionados de muchos funcionarios. Se argumenta que es necesario pagarles enormes sumas de dinero para que no se corrompan o abandonen sus puestos para ir al sector privado.

 Semejante dislate es un insulto para algunos servidores públicos cuya honradez no depende de su salario y cuya vocación de servicio trasciende su cheque mensual. Más no soy ingenuo, otros son simples ladrones asalariados, que no han llegado -vaya uno a saber- al lucrativo narcotráfico simplemente por que le pagan muy bien en el gobierno.

 Varios salarios son injustos, comenzando por el de los maestros, enfermeras, fiscales, guardias y policías, incluso hasta el del Presidente, pero el Estado no puede operar como un amansador de pillos mediante grandes sumas de dinero.

Al Estado se va con vocación de servicio, recibiendo una remuneración justa, sin esperar hacerse rico.  Hay salarios y pensiones pagados con fondos públicos que son una ofensa a Dios, tal como señala Eclesiastés: “La vida de los pobres depende del poco pan que tienen; quien se lo quita es un asesino.

Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento; vierte sangre quien le quita el salario al jornalero”.  



El Día

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