La desocupación del reclusorio de La Victoria ha empezado. Los actos públicos con declaraciones de intenciones, y pudiéramos decir protocolares, deben dar paso a la realidad que prometen.
¿Qué significará para reclusos, ministerios públicos y jueces, este drástico cambio de un estercolero a un centro de rehabilitación del denominado “nuevo modelo” penitenciario?
Debe de ser muy temprano para andar sobre seguro.
Pero es como para respirar con algo de alivio por el sólo hecho de saber que el cierre de La Victoria ha comenzado.
Quedan todavía otros reclusorios que operan bajo las condiciones de hacinamiento extremo, descontrol e insalubridad atribuidos a la cárcel que ahora empieza a cerrar, pero si se da un paso a la vez, lo que ahora parece un pequeño desplazamiento puede algún día convertirse en una marcha franca hacia lo diferente.
Roberto Santana, director general de Servicios Penitenciarios y Correccionales, es una persona bien intencionada, y capaz, que el fin de semana avanzaba algunas de sus expectativas con el paso dado en relación con La Victoria y con Las Parras.
Espera que el traslado desde una mazmorra a un centro de rehabilitación permita a los reclusos formarse a través de programas educativos y laborar ofreciendo servicios en campos variados. Espera, además, que terminen los días en que los detenidos o condenados operaban desde la prisión con más seguridad que cuando se encontraban en las calles, particularmente a través de teléfonos y de la Internet.
Todo esto hay que tomarlo con algo de un sano escepticismo y esperar, armados de paciencia, que otros purgatorios como el que ahora empieza a cerrar no sean perdidos de vista.
El titular de Prisiones sabe muy bien cuáles son y dónde están, confiemos.