La receta de la felicidad (II): La voz de los que pensaron demasiado
No podemos seguir hablando de la felicidad sin invocar a quienes pasaron su vida desmenuzándola con la razón. Ellos, los filósofos, los que caminaron entre ideas como quien atraviesa una niebla espesa, también buscaron esa extraña luz que llamamos felicidad. Pero lo hicieron de otro modo: sin prometer, sin gritar, sin vendernos atajos.
Para Aristóteles, por ejemplo, la felicidad no era un relámpago emocional, sino la obra maestra de una vida vivida con excelencia. Eudaimonía, la llamó. La plenitud de ser lo que uno está destinado a ser. No había recetas, sólo virtud y equilibrio, como si la felicidad fuera una sinfonía que sólo suena cuando el alma afina todas sus cuerdas.
Epicuro, más discreto, nos ofreció otra ruta: la paz. Aponía, la ausencia de dolor. Ataraxia, la calma del alma. Su receta era sencilla, casi invisible: placeres sobrios, amistad, y silencio interior. Como si la felicidad no gritara, sino susurrara en las esquinas del mundo.
Los estoicos, por su parte, se hicieron fuertes en medio de la tormenta. Para ellos, la felicidad era resistencia. Era aceptar lo que no podemos cambiar y dominar lo que sí. Era vivir de acuerdo con la naturaleza y la razón, no con los caprichos del deseo.
Y luego vino la modernidad. Kant, rígido y luminoso, dijo que la felicidad no podía ser la brújula. Que más importante era la moral, el deber, el imperativo categórico. Como si la dicha fuera un espejismo y la virtud el verdadero norte.
Más adelante, el utilitarismo la puso en cifras: placer y dolor. Sumar uno, restar el otro. Y en ese cálculo, la felicidad se volvió estadística, política, economía del alma.
Pero algo pasó. En la oscuridad del siglo XX, la felicidad comenzó a desvanecerse del discurso. Heidegger habló del Ser, no del gozo. Foucault, del poder, no del bienestar. Como si hablar de felicidad fuera, de pronto, una ingenuidad. Una trampa del mercado, una construcción social.
Y sin embargo… la seguimos buscando. Como si todos esos pensamientos, todas esas teorías, no lograran apagar la intuición de que la felicidad existe. Que no es un mito, sino una llamada a la colectividad.
Tal vez la pregunta ya no sea “¿qué es la felicidad?”, sino “¿quién la oculta?”. Porque entre los pliegues de cada teoría, en el margen de cada tratado filosófico, parece haber una figura que se escabulle. Una presencia. Como un fantasma que nos observa en silencio, sabiendo que la verdadera receta no se escribe con palabras… sino con acciones que estimulan nuestros neurotransmisores del placer.
Entonces, ¿será la receta filosófica el camino correcto?
O tal vez, ¿será sólo una de las máscaras que usa la felicidad para probar si de verdad queremos encontrarla?
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Yovanny Medrano
Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz
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