En los últimos años nuestra sociedad está siendo estremecida por un grave problema de violencia y conflictividad en los centros educativos.
Los medios escritos, las noticias televisadas y las redes sociales se hacen eco de tal situación alarmante, revelando así la gran preocupación social que existe ante las frecuentes manifestaciones que ensombrecen la convivencia pacífica.
La cultura de violencia está tomando cuerpo de manera peligrosa. Se está recurriendo a ella con mucha ligereza, como vía o respuesta alternativa ante las disputas de manera normal, natural y con suma peligrosidad, afectando a quienes son el fundamento de la comunidad educativa: los estudiantes.
Claro, sin dejar de mencionar la confluencia de otros actores (personal docente, administrativo y familias), los cuales tienen roles con incidencias que pueden tornarse negativas o positivas, en la medida en que asuman su compromiso social.
Observamos que los comportamientos indisciplinados en el aula se han hecho más notorios, hay un desinterés marcado y una apatía pasmosa en el proceso enseñanza – aprendizaje, provocando así una falta de rendimiento.
También vemos una creciente falta de respeto en la escuela, agresiones de estudiantes a profesores y viceversa, un acoso escolar despiadado sin la más mínima sensibilidad humana, riñas sangrientas sin el debido respeto a la vida, actitudes de vandalismo y pandillera, acciones de amedrentamiento, venta, posesión y uso de drogas y alcohol, exposiciones públicas de porte de armas, en fin, maltratos físicos, emocionales o mentales.
Desde luego, estas situaciones explicadas no es un estado de pánico generalizado hasta el momento, pero de no atenderse oportunamente podría tornarse de esa manera.
Del panorama descrito se extrae que el conflicto ocupa un lugar importante en la vida escolar. Esta aseveración se desprende del estudio de los fenómenos que generan las relaciones sociales, reflejándose en el escenario escolar. De ahí la importancia de que los actores de las comunidades, y especialmente la educativa, busquen soluciones alternativas a los conflictos, procurando evitar que lleguen al plano de la judicialización.
Es que muchos casos de la violencia escolar responden a una dificultad en la gestión de conflictos, que lejos de favorecer la concepción del conflicto como una oportunidad de aprendizaje, se convierte en una amenaza para la cohabitación o armonía que debe primar en ese contexto.
Ser pasivo o indiferente ante los conflictos por más pequeños que sean, es animar o incentivar a que se conviertan en hechos más dramáticos o complejos. De ahí la trascendencia de implementar la mediación escolar como política pública, ya que es una estrategia de prevención de la violencia escolar, por su grado de eficacia.
Y que, a pesar de no ser la panacea ni un instrumento mágico, sí puede considerarse una herramienta válida para resolver, gestionar y transformar una buena parte de los conflictos.
A la gente hay que enseñarle a encarar de manera creativa, menos violenta, las situaciones de disputas y proveerle de los medios para hacerlo, según señala Johan Galtung.
La mediación escolar supone el aprendizaje y socialización en una forma no violenta y de gestión positiva del conflicto. Además tiene como misión enriquecedora ayudar a resolver conflictos desde la creación de un espacio digno en el que el diálogo sea posible, generando un clima escolar más distendido en la comunidad educativa; y supone una mejora de las habilidades sociales y comunicacionales.
Por tales razones, somos de opinión que dentro de los centros educativos habilitemos e instruyamos a los estudiantes como mediadores de conflictos, construyendo una red como mecanismo de seguimiento a ese propósito en todo territorio nacional; la misma ha de ser complementada con el involucramiento de otros actores de la comunidad educativa, docentes, personal administrativo y familias.
*Por Ángel Gomera