Ante la imponente flota inglesa de Penn y Venables que se avecinaba, los soldados dominicanos se encontraban en una situación apremiante y sus fuerzas estaban en desventaja frente a los invasores, que los superaban en número. Parecía que solo un milagro podría salvarlos de la inminente invasión…
En la misteriosa oscuridad de la noche, un estruendo sobrenatural rompió la quietud que rodeaba el campamento inglés.
Los centinelas, vigilantes en sus puestos, levantaron sus cabezas sobresaltados, sus ojos se abrieron de par en par, al tiempo que escrutaban en la oscuridad del bosque, ansiosos por encontrar una explicación de lo que sucedía. ¿A qué obedecía ese estruendo ensordecedor? ¿Acaso un ejército invisible avanzaba hacia ellos? Los centinelas sonaron la alarma.
Los demás soldados salieron de sus tiendas en confusión. La noticia de un inminente ataque se propagó rápidamente por el campamento, y la tensión y el temor se apoderaron de todos. Con el sonido del tambor y las voces de los oficiales intentando restaurar el orden, el pánico y la confusión prevalecían, mientras los hombres buscaban sus armas y corrían hacia la seguridad de los navíos anclados en la costa. Todo esto ante el aparente avance imparable de un ejército invisible de dominicanos españoles.
La invasión de Penn y Venables a Santo Domingo II
Mientras la población de Santo Domingo aguardaba la llegada de los invasores ingleses, el 8 de abril de 1655 arribó a la isla el nuevo gobernador, Bernardino Meneses Bracamonte y Zapata, Conde de Peñalva, en calidad de presidente de la Real Audiencia y gobernador de la isla.
Fue, pues, responsabilidad del nuevo gobernador hacer frente a los invasores. Pero en vista de que su antecesor había sido el artífice de la organización de la defensa militar de la plaza, en todo momento el Conde de Peñalva se hizo asistir por el oidor de la Real Audiencia, Montemayor de Cuenca.
El 23 de abril, tan solo 15 días después de tales aprestos, se presentó frente a las costas de la ciudad de Santo Domingo una imponente flota de guerra al mando del almirante William Penn y del general Robert Venables, dos comandantes de voluntades y actitudes opuestas.
La flota estaba compuesta por 34 navíos de guerra, y una tripulación de 7000 marineros y 6000 soldados. Aunque habían zarpado de Inglaterra el 1 de enero de 1655, en su ruta hacia las Antillas, cuatro meses antes de llegar a Santo Domingo, se detuvieron en las islas de Barbados y San Cristóbal para abastecerse de provisiones y ampliar la expedición con más navíos de guerra y personal militar.
Este fue el primero de varios errores cometidos por el alto mando de la expedición debido a que esa demora le proporcionó a las milicias de Santo Domingo el tiempo suficiente para prepararse debidamente y estar en condiciones de repeler con éxito el ataque de los invasores.
Lea también: La invasión de Penn y Venables a Santo Domingo I
El segundo error fue la incapacidad de Penn y Venables para ponerse de acuerdo. Parecían discrepar en todo, y esa incapacidad para trabajar en equipo afectó su habilidad para desarrollar una estrategia eficaz que los condujera al triunfo. Tales deficiencias, eventualmente, se tradujeron en una ventaja para los dominicanos españoles.
El 25 de abril los ingleses desembarcaron sin resistencia en Najayo, a unos 30 kilómetros de la ciudad capital, y al cabo de un día escogieron el puerto de Haina como cuartel general y centro de operaciones militares. Haber desembarcado en un lugar tan alejado de la ciudad de Santo Domingo fue otro error táctico de los ingleses.
Ante la grave situación que se les presentó a los habitantes de Santo Domingo, que todavía conservaban en la memoria colectiva las tropelías de Francis Drake, muchas personas, sobre todo mujeres y niños, solicitaron permiso de las autoridades para abandonar la ciudad y buscar refugio en pueblos del interior.
Los ingleses, por su parte, intentaron tomar la ciudad capital, pero pronto fueron emboscados sufriendo inesperados reveses que los obligaron a replegarse hacia el campamento de Haina. La dirección de las operaciones militares por la parte dominicana estuvo a cargo de los capitanes Juan de Morfa, Damián del Castillo y Álvaro Garabito, quienes descollaron por su valentía y pericia a la hora de atacar a los invasores de manera sistemática y oportuna.
Entre el 27 de abril y el 1 de mayo se registraron diversos enfrentamientos entre tropas dominicanas e inglesas: primero en la sabana próxima a la muralla de la ciudad (donde hoy está el parque Independencia); luego en el fuerte y castillo de San Gerónimo, en las afueras de la muralla en dirección al sur; y también en las cercanías de los ingenios de Nigua y de Engombe.
En las proximidades de la playa de Guibia, donde se encontraba el castillo de San Gerónimo, con la ayuda de refuerzos provenientes de la ciudad de Santiago, los dominicanos españoles derrotaron a los ingleses infligiéndoles tantas bajas que decidieron retirarse para pasar revista de lo acontecido. Poco después, sin embargo, resolvieron alejarse de la costa de la isla.
Se ha dicho que las bajas de los ingleses superaban los tres mil soldados. Incluso, hubo cientos de heridos y numerosos prisioneros que en principio fueron recluidos en el fuerte de San Jerónimo.
También se ha sostenido que, además del valor demostrado por los dominicanos en la defensa del territorio, ocurrió un supuesto milagro de la naturaleza que se constituyó en otro factor favorable a la victoria dominicana contra los ingleses.
La noche antes de la retirada, en los alrededores del campamento inglés, se originó un extraño y misterioso fenómeno debido a un inquietante y ensordecedor ruido, que rompió el silencio de la oscuridad, y provocó alarma y confusión entre los soldados.
Al no poder explicarse ese extraño y cada vez más creciente estruendo, los centinelas ingleses creyeron que se trataba de las tropas dominicanas españolas que se movilizaban con el fin de atacarlos, razón por la cual dieron la voz de alarma y buscaron refugio en sus embarcaciones.
En esas circunstancias, tras reconocer que su misión había culminado en un vergonzoso fracaso, los jefes de la expedición, el almirante Penn y el general Venables, por lo menos estuvieron de acuerdo en que para salvar el honor de la monarquía inglesa, lo más aconsejable era desistir del objetivo original de tomar posesión de la isla de Santo Domingo para incorporarla a los dominios británicos en las Indias Occidentales.
Decidieron, pues, levar anclas el 14 de mayo, con lo que concluyó de manera definitiva la invasión de Penn y Venables a Santo Domingo en 1655. Durante su regreso a Inglaterra tomaron posesión de la isla de Jamaica, que encontraron poco protegida, la cual pasó a ser colonia británica en las Antillas.
Pero ¿cuál fue el milagro de la naturaleza que, según la tradición, provocó la retirada definitiva de los ingleses? El historiador Antonio del Monte y Tejada refiere que en los alrededores donde los ingleses instalaron su campamento, en esa época del año se criaba una gran cantidad de cangrejos entre los manglares, árboles y hojas secas en las orillas del río Haina. Y el alarmante ruido que esa noche percibieron los soldados ingleses fue ocasionado por el movimiento de una gran cantidad de esos crustáceos cuando chocaban sus caparazones.
La tradición sostiene que, tiempo después de la huida de los ingleses, el pueblo consideró como un milagro de la Providencia el casual episodio de los cangrejos, cosa que dio lugar a que se fabricara un pequeño cangrejo bañado en oro que simbolizaba la victoria contra los ingleses.
La leyenda agrega que cada 14 de mayo, día en que se recordaba la victoria dominicana contra los ingleses, se celebraba una fiesta religiosa en la cual el cangrejo de oro era exhibido en procesión como trofeo. Durante poco más de un siglo se conservó el cangrejo de oro, que, siempre de acuerdo con la leyenda, desapareció a principios del siglo XIX durante el período conocido como la Era de Francia en Santo Domingo.
Sin embargo, lo que sí es un hecho históricamente fidedigno es que, tras el rotundo fracaso de la invasión inglesa de Penn y Venables, la colonia de Santo Domingo retornó a la normalidad. Los vecinos deseaban que se restauraran la paz, y que las autoridades garantizaran la seguridad necesaria para reorganizar la vida colonial de modo que los dominicanos españoles pudieran progresar y disfrutar de mejores tiempos, ahora con la posibilidad de retomar el control de la isla completa de Santo Domingo.
Pero, una infeliz disposición del Conde de Peñalva cambiaría el rumbo que debía seguir el colectivo en su proyecto de conservar la unidad territorial de la isla. Se trató de la orden impartida por el gobernador para desmantelar la fortaleza que mantenían las milicias de dominicanos españoles en la isla de la Tortuga, a quienes se les instruyó que se reintegraran a la ciudad capital de la colonia.
Sin lugar a duda, tan severa medida primero permitió el regreso de los aventureros corsarios y filibusteros que solían habitarla, y luego el renacimiento en la parte norte de la isla de la colonia que se conoció como Santo Domingo francés.
De manera que, si bien por un lado en 1655 los dominicanos españoles evitaron que la isla cayera bajo el control de los ingleses, por el otro perdieron de manera definitiva el vasto territorio en la parte noroeste de la isla a manos de Francia.
Desde entonces, el destino de la isla de Santo Domingo quedó marcado y, con el paso del tiempo, sería ocupada por los franceses y finalmente dividida en dos naciones con historias, culturas, idiomas, creencias y mentalidades distintas.