La Frontera Domínico-Haitiana, parte I

La Frontera Domínico-Haitiana, parte I

La Frontera Domínico-Haitiana, parte I

La frontera domínico-haitiana

La frontera domínico-haitiana es un tema delicado y altamente debatido. ¿Pero cómo surgió la frontera? ¿Por qué tiene los límites que conocemos hoy? ¿Quiénes son responsables de su formación histórica?, a continuación la historia, parte I.  

Las naves francesas llegaron a la costa norte de la isla de Santo Domingo con el fin de continuar su habitual negocio con los habitantes dominicanos de la zona, pero encontraron todo devastado.

Los puertos, iglesias y villas habían sido incendiados y reducidos a cenizas. Muy pocas personas sobrevivieron a las despoblaciones y destrucciones de las villas.

Solo semanas antes, el gobernador Antonio Osorio, a sangre y cuchillo, había forzado a los locales a abandonar la banda norte para de esa manera evitar que continuara el comercio ilícito con aventureros de países enemigos de España.

Así fue como gran parte del noroeste de la isla de Santo Domingo quedó completamente devastada. Pero para los franceses, muchos de ellos bucaneros, filibusteros y aventureros, tal medida fue una bendición. Porque sin representantes de la corona española en la zona, los franceses inmediatamente ocuparon la parte occidental de la isla y hacia mediado el siglo XVII comenzaron a establecer allí la colonia del Santo Domingo francés.

Cuando el gobierno español en Santo Domingo se percató de su error, ya era muy tarde, pues gran parte del noroeste de la isla estaba ocupada por franceses que no estaban dispuestos a desocuparla.

La frontera domínico-haitiana I

Después del descubrimiento de América o encuentro de culturas en 1492, la isla de Santo Domingo -que hoy comparten la República Dominicana y la República de Haití- permaneció bajo posesión de España durante poco más de siglo y medio.

Durante los siglos XVI y XVII, en el espacio insular se entrecruzaron tres etnias y culturas diferentes: la aborigen, la europea y la africana. El fenómeno dio lugar al surgimiento y desarrollo de una sociedad colonial que, desde sus orígenes, se sustentó sobre la mano de obra esclava primero de los indígenas y luego de los africanos.

El mestizaje entre españoles e indios, negros e indios, españoles y negros, así como la mezcla entre mulatos nacidos y criados en la isla, dio origen al verdadero criollo dominicano. Este grupo de criollos dominicanos fue el único dueño de la zona isleña hasta que ocurrió la división territorial, consecuencia de las devastaciones de Osorio en 1605 y 1606, y la posterior ocupación ilegal de la parte occidental de la isla por parte de bucaneros, filibusteros, aventureros y traficantes franceses.

Desde los albores de la colonia francesa de Saint Domingue, los dominicanos españoles se enfrentaron a incesantes disputas territoriales, debido a que los franceses siempre aspiraron a extender su dominio sobre toda la isla.

En Europa, los conflictos entre España y Francia tuvieron un inevitable impacto en las colonias española y francesa en la isla de Santo Domingo que, durante los siglos XVII y XVIII, fue, según historiadores, como una extensión de los campos de batalla europeos. Así, la frontera establecida entre las dos colonias se convirtió en una especie de prolongación de los conflictos en los Pirineos, las montañas que delimitan la frontera entre España y Francia.

El primer intento para fijar una línea divisoria en la isla tuvo lugar en 1678, poco después del Tratado o Paz de Nimega, firmado entre España, Francia y Holanda con la intermediación de Inglaterra y de la Santa Sede. Aun cuando en el instrumento jurídico suscrito entre España y Francia nada se estipuló en relación con la isla de Santo Domingo, se dice que a partir de ese momento comenzó de manera oficiosa el reconocimiento de la presencia francesa en la parte occidental.

Enterado sobre los pormenores de la paz de Nimega, el gobernador de la colonia española, Francisco Segura Sandoval, nombró un representante para que se dirigiera a la isla de La Tortuga, controlada por los franceses, y comunicara a su gobernador, Neveu De Pouancey, los términos del acuerdo recién firmado entre España y Francia. La parte francesa aprovechó esa oportunidad para proponer la redacción de un acta con el objetivo de evitar “que los unos no hagan daño a los otros”, y entonces se designó el río Guayubín -conocido por los franceses como Rebouc-, como la línea de demarcación provisional entre los territorios de ambas colonias.

Aunque el acuerdo de 1678 no constituyó un acto de derecho, sino más bien un simple convenio provisional entre las colonia española y francesa, existe una creencia generalizada en el sentido de que España reconoció la ocupación francesa de la parte occidental de la isla de Santo Domingo mediante el Tratado de paz de Ryswick, que tuvo lugar el 20 de septiembre de 1697.

En realidad, esa creencia es errada, ya que el Tratado de Ryswick, firmado en el Castillo de Ryswick, Holanda, al final de la Guerra de los Nueve Años, no hace mención en parte de la isla de Santo Domingo ni incluye una cláusula reconociendo la presencia francesa en la isla.

Un destacado historiador y jurista dominicano sostuvo que el Tratado de Ryswick marcó el inicio de una nueva etapa en la disputa fronteriza que culminó cincuenta años después con la cesión definitiva de la porción occidental de la isla a Francia.

En verdad, los franceses interpretaron de manera conveniente una cláusula del referido Tratado, según la cual las naciones involucradas en el conflicto bélico quedarían en posesión de los territorios ocupados legalmente previo a las hostilidades. Pero esta evidentemente tal prerrogativa no aplicaba a Santo Domingo, ya que desde mediados del siglo XVII los franceses ocupaban ilegalmente la parte occidental de la isla.

En el año 1731, las autoridades de las colonias española y francesa acordaron trazar una línea fronteriza, que fuera reconocida por sus respectivas metrópolis, mediante la cual los ríos Dajabón, en el norte, y Libón y Artibonito, en el sur, serían la línea divisoria entre las dos colonias.

Este convenio inter colonial, sin embargo, sólo tuvo validez en el marco de la isla, ya que no contó con el reconocimiento oficial de la monarquía española.

Finalmente, en 1776, los gobernadores de ambas colonias se reunieron en el poblado español de San Miguel de la Atalaya y suscribieron, siempre con carácter provisional, una suerte de Arreglo de Límites fronterizos.

En materia de división fronteriza, el Acuerdo de 1776 fue la piedra angular de todo cuanto se acordó al siguiente año en Aranjuez, pues los representantes de España y Francia prácticamente acogieron en toda su extensión los términos de las negociaciones llevadas a cabo en San Miguel de la Atalaya, con el fin de arribar a la solución definitiva de los conflictos fronterizos que se habían iniciado desde 1630.

El texto fue remitido el 29 de febrero al castillo de Aranjuez en España, donde fue aceptado y ratificado por representantes de las Cortes de España y Francia, el 3 de junio de 1777.

Conocido como el Tratado de Aranjuez, fue el convenio mediante el cual formalmente España reconoció la ocupación francesa de la parte occidental de la isla de Santo Domingo, finalizando así más de un siglo de disputas y choques fronterizos entre dominicanos españoles y franceses de la parte oeste.

El artículo primero del tratado de Aranjuez especificó que “quedarán por limites perpetuos e invariables entre las dos naciones la boca del río Dajabón o Masacre por la parte norte, y por la del sur la boca del río Pedernales o Anse à Pitre; mientras que el artículo segundo determinó que en las orillas de ambos ríos serían colocadas 221 pirámides, mojones y señales.

Las dos pirámides número 1 fueron levantadas en la desembocadura del río Dajabón o Masacre y las dos 221 en la del río Pedernales o Anse-à-Pitre. En cada pirámide, grabada en piedra, debía figurar la inscripción ‘France-España’. Se estipuló, además, que, con el fin de garantizar y hacer respetar la línea fronteriza, fuera promulgado un bando amenazando con la pena de muerte a todo el que arrancara o tratara de desaparecer una de las pirámides.

El Tratado de Aranjuez, en cierto modo, legitimó la usurpación francesa de la parte occidental de la isla. Y aunque fijó una demarcación considerada entonces como definitiva, fue también el punto de partida para nuevas confrontaciones, ya que Francia nunca estuvo satisfecha con la pequeña porción de tierra que había ocupado ilegalmente en la isla de Santo Domingo.



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