Finalmente, en 1777 se había establecido una frontera entre el lado español y el lado francés de la isla de Santo Domingo. Pero entonces hubo una guerra en Europa y una revolución de esclavos del lado oeste de la isla, y todo cambiaría de nuevo…
A continuación la historia
Para finales del siglo XVIII, España ya no tenía opciones: estaba obligada a iniciar negociaciones de paz con su principal adversario.
La guerra contra Francia había sido todo un desastre militar, y la Hacienda real se encontraba en un estado crítico. Es más, España corría el riesgo de perder parte de sus provincias al sur de los Pirineos en Cataluña y el País Vasco.
Por tal motivo, diplomáticos españoles y franceses se reunieron en Basilea, Suiza, y durante semanas debatieron los temas más propicios para un acuerdo de paz. Los franceses sabían que tenían la ventaja en el proceso, pero al mismo tiempo España no estaba dispuesta a ceder por completo, aun cuando era consciente de que tenía que hacer sacrificios.
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Finalmente, los diplomáticos franceses astutamente propusieron un acuerdo: devolverían a España todo el territorio ocupado al sur de los Pirineos, a cambio de obtener el control total sobre la isla de Santo Domingo, en las Antillas.
Para el diplomático español, Manuel Godoy, la propuesta parecía razonable. Entregar una colonia lejana de poco valor fue un sacrificio mínimo para no perder partes de Cataluña o el País Vasco. Así, España se mantendría unida.
Godoy firmó el llamado Tratado de Basilea la noche del 22 de julio de 1795, y regresó a España como un héroe. Los reyes incluso le concedieron el título de ‘Príncipe de la Paz’, por haber salvado el honor de España.
Sin embargo, del otro lado del mundo, en la isla de Santo Domingo, el referido tratado tuvo efectos catastróficos para los criollos dominicanos.
La frontera dominico-haitiana II
Desde que fue firmado el Tratado de Aranjuez en 1777, todo parecía indicar que la historia del Santo Domingo español y la del Santo Domingo francés evolucionaría de manera pacífica y paralela a la vez. Pero, durante el último decenio del siglo XVIII, la situación de los dominicanos españoles cambió drásticamente. El primer cambio desastroso ocurrió en 1794.
El gobernador de Saint Domingue, Toussaint Louverture, quien inicialmente había sido un aliado de los españoles, cambió de bando después de darse cuenta de que la corona española no estaba dispuesta a abolir la esclavitud. Cruzó la frontera y ocupó las poblaciones domínico-españolas de Hincha, Las Caobas, San Rafael y San Miguel de la Atalaya, que desde entonces quedaron en poder de quienes años después fueron conocidos como haitianos.
Al año siguiente sucedió el segundo desastre: el 22 de julio de 1795, España, tras una desastrosa actuación en la guerra del Rosellón o de La Convención, tuvo que ceder a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo con el fin de recuperar las provincias del País Vasco y Cataluña.
Mediante el artículo cuarto del Tratado de Basilea, la República francesa se comprometía a devolver a España los territorios españoles que había ocupado durante la guerra; pero el artículo noveno de este convenio contractual contenía una disposición que resultó catastrófica para los dominicanos-españoles.
Según el decir del historiador y polígrafo español Marcelino Menéndez y Pelayo, estos “fueron vendidos y traspasados por la diplomacia como un hato de bestias”. La desdichada disposición estipulaba lo siguiente: “En cambio de la restitución de que se trata en el artículo cuarto, el rey de España, por sí y sus sucesores, cede y abandona en toda propiedad a la República francesa toda la parte española de la isla de Santo Domingo en las Antillas”.
Las líneas fronterizas establecidas unos 18 años antes, tras el Tratado de Aranjuez, quedaron efectivamente borradas debido a que Francia pasó a ser la dueña absoluta de la isla de Santo Domingo.
Pero al mismo tiempo que se dieron estos eventos en Europa, hubo una revolución de los esclavos africanos en la Santo Domingo francesa. Inspirados por los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad enarbolados por la Revolución Francesa de 1789, los criollos de Saint Domingue durante varios años lucharon contra el sistema esclavista francés. Finalmente, lograron derrotar al ejército de Napoleón y declararse independientes, creando así el primer estado negro libre de América y del mundo para el cual adoptaron el nombre taíno de Haití.
El acuerdo de Basilea convirtió la isla en una sola colonia francesa, creando así una situación ficticia, pues ya existían dos comunidades distintas e independientes de la política europea: por un lado los antiguos esclavos criollos africanos y criollos franceses, que en la parte oeste construían una nación independiente; mientras que, por el otro lado, los dominicanos de origen español, desde hacía tiempo también constituían una comunidad étnica diferente y se encontraban en proceso de conformación de su propio estado nación.
Pero, al igual que la Francia imperial, los dirigentes del nuevo estado haitiano consideraron que la parte española de la isla debía pertenecer a la República haitiana y en torno a ese objetivo concentraron gran parte de su política exterior. Fue así como primero Toussaint Louverture, en 1801, y después Dessalines y Cristóbal, en 1805, intentaron someter a los dominicanos españoles al dominio de un solo gobierno bajo directrices haitianas.
Años después, en 1822, Jean Pierre Boyer logró sofocar el primer movimiento independentista dominicano liderado por José Núñez de Cáceres, y anexó la parte española de la isla de Santo Domingo a la República de Haití, estableciendo una dominación política y económica que duró 22 años. Durante este periodo de control total sobre toda la isla, la antigua línea fronteriza quedó completamente suprimida.
Pero el 27 de febrero de 1844 los dominicanos proclamaron su independencia del dominio haitiano y formaron su propio estado nación, bajo el nombre de República Dominicana. En la primera Constitución política del nuevo estado, el legislador, al referirse al territorio dominicano, estipuló lo siguiente:
“La parte Española de la Isla de Santo Domingo y sus Islas adyacentes, forman el territorio de la República Dominicana”. Y que “Los límites de la República Dominicana son los mismos que en 1793 la dividían por el lado del Occidente de la parte Francesa, y estos límites quedan definitivamente fijados”.
Esos límites fronterizos fueron los mismos establecidos en 1777 mediante el tratado de Aranjuez. Pero el Imperio de Haití sencillamente se negó a aceptar estos límites, ya que, según la Constitución haitiana de 1805, inspirada por la Constitución francesa de 1789, su república era una e indivisible.
Durante la Primera República (1844-1861), la cuestión fronteriza quedó relegada a un plano secundario debido a la guerra domínico-haitiana, que duró casi 17 años. La guerra convirtió el tema de la seguridad nacional, así como la preservación de la independencia nacional, en la prioridad número uno en la agenda político-militar de las autoridades dominicanas.
Después de la guerra de la Restauración, que duró de 1863 a 1865, se firmó el primer Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre la República Dominicana y la República de Haití. En este instrumento jurídico, firmado el 29 de noviembre de 1874, se convino entre otras cosas en la necesidad de concertar un tratado definitivo sobre la cuestión fronteriza. Pero no fue posible arribar a un acuerdo debido a las diferencias de interpretación de la parte haitiana respecto del artículo cuarto del Tratado.
De acuerdo con este artículo ambas partes se comprometían “formalmente a establecer de la manera más conforme a la equidad y a los intereses recíprocos de los dos pueblos las líneas fronterizas que separan sus posesiones actuales”. Posteriormente, ese diferendo motivó que, en 1896, se celebrara un arbitraje internacional presidido por el Papa León XIII.
La cuestión fronteriza dominico-haitiana quedó definitivamente zanjada el 21 de enero de 1929, bajo las administraciones del general Horacio Vásquez y de Louis Bornó, respectivamente, quienes suscribieron un Tratado Fronterizo Dominico-Haitiano que constaba de 18 artículos.
En dicho instrumento ambas partes se comprometieron solemnemente a “poner término definitivo a las diferencias que las han dividido en el pasado con motivo de la demarcación de la línea fronteriza que separa sus respectivos territorios”, procediendo en consecuencia a establecer de manera definitiva “cuál es la línea que separa los territorios respectivos de las dos Repúblicas”.
Existe consenso en el sentido de que a partir del Tratado de 1929 la cuestión de la fijación de los límites fronterizos quedó definitivamente zanjada, aun cuando, siete años después y ya bajo la dictadura de Rafael L. Trujillo, el mismo fue modificado mediante el Protocolo de Revisión del 9 de marzo de 1936.
El protocolo de revisión de 1936 estableció la construcción de una carretera internacional que serviría como línea de demarcación entre ambos países.
Desde entonces no ha habido más acuerdos bilaterales sobre la cuestión fronteriza dominico-haitiana.