El retablo principal de la iglesia, la que surgió históricamente, debido a que las religiosas de la orden dominica se ocupaban de las necesidades de los sacerdotes de esa orden monástica.
Con el tiempo, la orden femenina dejó de tener esas atribuciones para dedicarse, exclusivamente, a la perfección cristiana, por medio de la oración y sacramentos.
La iglesia de Regina Angelorum es una edificación de planta de cruz latina, de brazos poco proyectados. Posee 3 grandes retablos, 2 en los muros este y oeste y el principal, de carácter monumental, centralizado al fondo del ábside.
Este retablo, dedicado a la Reina de los Ángeles, está compuesto de 3 calles y 3 niveles de altura, coronado al modo de “peineta”, popular en España y en los países Iberoamericanos.
El retablo se encuentra colocado sobre un basamento de mampostería que tiene, casi las mismas dimensiones del altar para las celebraciones litúrgicas, cuya característica es que su frontispicio, está totalmente enchapado con placas de plata, de forma cuadrada.
La mayoría de estos, decorados con motivos florales, mientras que los que enmarcan el altar contienen una leyenda escrita, en donde cada letra ocupa un cuadrado.
Ese altar es una pieza de gran valor, tanto artístico como económico. Tiene la particularidad de que la plata procede de las minas de San Cristóbal.
El retablo
Todo el retablo está sostenido por una franja horizontal, decorada con elementos naturales y geométricos. Las tres calles están sostenidas por esta franja. En la calle central, la primera hornacina contiene una imagen tridimensional de la Reina de los Ángeles, a quien está dedicada la iglesia.
Es una imagen tipo andaluz, de vestir. Se caracteriza por sus elementos metálicos.
Al pie de la Virgen, existe un haz de luz, como una media luna, en plata maciza. Alrededor de su cabeza, posee un halo realzado en oro, plata y piedras preciosas, delicadamente trabajado. El fondo de la hornacina está entelada y pintada con escenas de ángeles volando alrededor.
Sobre esta hornacina, hacia lo alto, existen dos tramos limitados por pilastras, una sobre otra. El más bajo contiene figuras dedicadas a la Virgen. En el superior, se aprecia el rostro de Cristo, a la manera del grabado en el manto de la verónica.
La calle central termina en un magnífico juego escultórico, realizado en madera enchapada en oro y plata, limitado por columnas salomónicas que contiene una imagen de Cristo crucificado, bordeado por placas de madera forradas de metal. Limitadas también por pequeñas columnas salomónicas.
La calle central se encuentra coronada por un entablamento a modo de pedestal que sostienen la corona real de la Virgen, en medio de un par de ángeles, debajo de la cual, se encuentra el escudo de la orden.
En las calles laterales este y oeste, la zona baja del retablo, está dividida por cuatro columnas salomónicas, divididas de izquierda a derecha por unos paneles rectangulares que contienen figuras de santos de la orden.
En la zona superior, estas hornacinas, se encuentran coronadas con arcos de medio punto en donde se exponen una imagen de San Juan Bautista y otra de San Pedro Nolasco.
El conjunto es una obra maestra de los hábiles artesanos, artistas que trabajaron en nuestra época colonial para rendir homenaje a la santa Virgen, a Jesucristo y a los santos que consideraban de mayor veneración.
Los detalles
Este retablo, llama poderosamente la atención por el tratamiento dado a los detalles, ya sea las columnas que se enredan a lo largo, llamadas salomónicas, típicas del barroco, como a las figuras de la Virgen y los santos.
No podemos olvidar que cada parte del retablo, fue tallada y esculpida por artesanos, cuyo oficio se pierde en la bruma de los tiempos. Afortunadamente, han persistido hasta nuestros días.
Restauración
—Delicado trabajo
Este retablo fue restaurado en los años 70 del pasado siglo, por la experta en restauración de retablos barrocos, Ángela Camargo, contratada por el Gobierno dominicano. La delicadeza y tallado de los detalles rivalizan con aquellos llevados a cabo en iglesias de México, Colombia y Perú.
*Por MARÍA CRISTINA DE CARÍAS, CÉSAR IVÁN FERIS IGLESIAS Y CÉSAR LANGA FERREIRA