El orgullo en las relaciones de pareja: un veneno que todo lo destruye

Cuando el orgullo pesa más que el amor, todo se derrumba. El corazón orgulloso solo se prioriza a sí mismo, todo lo ve como una afrenta y no entiende el lenguaje de la humildad, de esa reciprocidad que aúna cercanías y no distancias.
El orgullo en las relaciones de pareja es un veneno que enferma toda relación afectiva. Cuando aparece este componente entre dos personas el vínculo se tiñe de egoísmos. De pronto, cualquier cosa se interpreta como un ataque. Todo hace daño porque la piel de la autoestima es muy fina y uno busca protegerse a toda costa, posicionarse por encima del otro para tener el control sobre cualquier situación.
Decía Sócrates que el orgullo engendra al tirano. Nada es más cierto, pero si además esa figura se integra en el ámbito del amor, el tema se vuelve aún más delicado a la vez que doloroso. Porque, al fin y al cabo, pocas cosas exigen tanto esmero, humildad y reciprocidad que ese lazo entre dos personas en su intento por hacer una vida en común.
Hay quien señala también que el orgullo es como esa escalera a la que uno se sube para estar siempre por encima de los demás. Es en esa posición en la que se sienten a gusto con ellos mismos. Sin embargo, nada pueden hacer desde esa altura salvo mirar las cabezas del resto. Nada les llega desde esa esfera, la distancia emocional que establecen es tan fría que rara vez logran ser felices.
