El liberalismo del miedo

El liberalismo del miedo

El liberalismo del miedo

José Mármol

El tiempo de la globalización vive una coyuntura compleja. Lo más globalizado son la pobreza, la desigualdad y el descontento.

Este último, inherente a la modernidad y la individualización, ha devenido en indignación. Amplios sectores de la sociedad en todos los continentes han puesto en jaque, de momento, los poderes fácticos y la legitimidad del Estado, con protestas sostenidas y violentas en reclamo de promesas políticas incumplidas, mayores garantías democráticas y gobernabilidad, como también empleo y educación de calidad, seguridad alimentaria y servicios de sanidad, transporte público decente, derecho a la vivienda e infraestructuras urbanas, políticas públicas de conservación ecológica, justicia, inclusión y equidad social y de género. Que el Estado funcione eficazmente.

La vulnerabilidad que en este cambio de época ha significado el fracaso de ideologías, propuestas económicas y relatos históricos que prometían un estadio socio-evolutivo y jurídico-político superior nos hace voltear la mirada hacia el pasado hasta volvernos presa del miedo a que retornen las fuerzas oscuras de los totalitarismos, en detrimento de la democracia, y que el temor se pueda materializar en abusos e injusticias contra las poblaciones. La desconfianza y duda imperantes, junto a las promesas incumplidas constituyen el caldo de cultivo de la indignación y del temor.

Esta suerte de coyuntura es la que hace pertinente el pensamiento de la politóloga estadounidense, de origen letonio, Judith Shklar (1928-1992) y su proclama, hecha en momentos históricos característicos, de un liberalismo no utópico ni escéptico, pero apartado del ideal del mejor bien para hacer factible y urgente el menor mal, al que llamó liberalismo del miedo.

Esta pensadora, que sufrió penurias en un centro de detención de emigrantes en Seattle, que instalándose en Canadá se doctoró luego en Harvard, habiendo llegado a ser la primera mujer catedrática del Departamento de Ciencia Política allí y convirtiéndose, en 1990, en la primera mujer presidenta de la Asociación Americana de Ciencia Política, si bien, de acuerdo con el filósofo Axel Honneth, fue contrincante teórica de la gran pensadora política Hannah Arendt, su obra, en cambio, asociada al pensamiento de John Rawls, sigue hoy prácticamente desconocida. Publicó los ensayos “Vicios ordinarios” (1985) y “Los rostros de la injusticia” (1990). Su planteamiento sobre “El liberalismo del miedo” se publicó en 1989. Tanto Arendt como Shklar experimentaron en sus vidas la amarga experiencia del desarraigo.

Lo esencial del liberalismo del miedo estriba, antes que en el afán idealista de libertad pública, en impedir a toda costa y hasta eliminar en lo posible la violencia, la crueldad y la arbitrariedad que una parte de la sociedad, sobre todo la más empobrecida, tuvo que padecer durante el siglo XX y padece todavía, como bancarrota de los fundamentos ético y político del liberalismo clásico.

De ahí el miedo a la atrocidad, el horror ante el desamparo y el pánico a la miseria social o la indigencia vividos por los económica y jurídicamente más vulnerables.

El liberalismo del miedo apunta a evitar la crueldad y a minimizar el miedo al miedo. “Tememos una sociedad de personas temerosas”, dice Shklar. El miedo sistemático bloquea la libertad y atiza el fantasma del autoritarismo y la crueldad institucionalizados. Hay que evitar toda pretensión extrajurídica. El miedo al miedo habita en el populismo, ultranacionalismo, racismo, terrorismo, xenofobia y la sorna contra la democracia.

Lo establecido se ha contentado con administrar a la sociedad global una pequeña dosis de minimalismo moral. Aquí radica el peligro de que la emocionalidad supere a la racionalidad, que la indignación, revestida de reclamos sociales, genere caos, anarquía.

Ojalá que los actores políticos no promuevan, con sus yerros, una sociedad de individuos temerosos y, consecuentemente, desconfiados y convulsos.



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