El agua de cada día...

El agua de cada día…

El agua de cada día…

Las grandes crisis suelen empezar como pequeñas dificultades y precisamente por menudas de los individuos, cuando se trata de asuntos personales, o los pueblos, cuando se trata de temas nacionales, pueden dejarlos crecer hasta la condición de monstruos inmanejables.

Un caso apropiado para aterrizar las afirmaciones del párrafo precedente es el del agua, en todas sus formas y usos.

Hubo un tiempo en que era tan abundante que en los períodos de lluvias los ríos seccionaban el país.

Ahora, por lo menos dos veces al año, durante la sequía de primavera y la de otoño, las autoridades del sector realizan sus prédicas sobre la necesidad de que le demos un uso racional a este recurso y muy pocos hacemos caso.

Cuando se presentan períodos moderadamente secos, como el que atravesamos, los llamados a la racionalidad pueden parecer cantaletas —en el sentido de repetición de lo mismo tantas veces que termina causando irritación—, pero haríamos bien en detenernos y reflexionar.

Las sociedades mayoritariamente urbanas, y la dominicana lo es, tienen la necesidad del agua sometida a procesos de limpieza y purificación que cuestan mucho dinero sobre recursos naturales que tienden a desaparecer.

El acceso al agua en condiciones de ser usada con seguridad es uno de los indicadores clave para establecer la satisfacción de necesidades básicas en una comunidad.

Pero entre nosotros no parece que pueda ser explicado con facilidad, que ya en este punto de nuestro desenvolvimiento el agua es un bien más difícil de conseguir que el dinero, sin el que se puede llegar a vivir semanas y meses.

El agua, en cambio, es de uso perentorio todos los días varias veces al día.

¿Por qué resulta tan difícil de entender?

 

Ayer en el Palacio Nacional fue firmado un acuerdo entre INAPA y una entidad estatal israelí para la gestión eficiente del agua.
Ojalá el próximo acuerdo sea firmado para instruirnos sobre el uso consciente de este importante recurso.



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