Después de tanto arder

Después de tanto arder

Después de tanto arder

José Mármol

Bajo el sugestivo título de Después de tanto arder (Visor Libros, Madrid, 2022) este poemario de la poeta y ensayista dominicana Soledad Álvarez (Santo Domingo, 1950) se alzó a finales de 2022 con el XXII Premio Casa de América de Poesía Americana, año en que, además, y en ambos casos muy meritoriamente, el Ministerio de Cultura y la Fundación Corripio le otorgaron el Premio Nacional de Literatura, que reconoce la trayectoria y la obra de nuestros escritores más connotados.

El jurado calificador estuvo integrado por Enrique Ojeda Vila, director general de Casa de América; Ángela García, ganadora del premio en 2021; Benjamín Prado, escritor y poeta; Javier Serena, director de Cuadernos Hispanoamericanos y Jesús García Sánchez, de Visor Libros. Anna María Rodríguez Arias, especialista en literatura de Casa de América, ha actuado, como de costumbre, en calidad de secretaria.

En su fallo, dado a conocer en octubre pasado, el jurado sostuvo que se trata de “una poderosa indagación, entre irónica y melancólica, del paso del tiempo, capaz de usar la intimidad como un espacio propio desde el que observar nuestro mundo asolado por guerras y pandemias y de reflexionar sobre el feminismo, la familia o las servidumbres de la pareja”.

Junto a una vasta labor investigativa y crítica, en la que destaca su premiado ensayo La magna patria de Pedro Henríquez Ureña (1981), había publicado tres poemarios de singular voz y notable calidad estética, a saber, Vuelo posible (1994), Las estaciones íntimas (2006) y Autobiografía en el agua (2015).

En este nuevo poemario tiene lugar una reafirmación de la madurez del verso de nuestra creadora, en la que sobresalen su característica fuerza expresiva, la densidad de las emociones e ideas convertidas en palabras de una claridad y limpieza exquisitas, y un dominio de las técnicas del poema que le permite migrar, ganando, en sobriedad estilística, atributos estéticos de la mejor tradición poética universal, desde una experiencia narrada con un lenguaje intimista, confesional, sobrecogedor, que va de la excitación y la ilusión al tedio y el desengaño, hasta la poesía dueña de una conciencia social que denuncia los derroteros equívocos de la humanidad hipermoderna.

Ahonda en cuestiones como la herencia patriarcal y la discriminación de la mujer, la xenofobia, la voraz pandemia, la aporofobia, las migraciones forzadas por la pobreza galopante y las armas, los horrores de la guerra en Ucrania y los riesgos globales de la crisis climática a consecuencia de la agresión humana a la naturaleza, al futuro.

Conforme se avanza en la lectura de las tres partes del breve libro, se tiene la sensación de ir creando, en una suerte de muro imaginario, un gran fresco del mundo actual, ordenado con piezas de vocablos, frases, giros expresivos y sonidos, que hacen del poema y su estructura rítmica un receptáculo, una superficie de sentido donde, en ocasiones la impiedad y el escarnio, en otras la nostalgia y el deseo, o de momento, la inconformidad ante un tiempo que parecía dar lugar a un nuevo génesis y se convirtió, para desilusión y fracaso humanos, en un nuevo apocalipsis ideológico, nos sobrecogen.

Esta poesía subvierte, desfonda el significado de los grandes y pequeños relatos de la historia, para presentarse como testimonio de una época de incertidumbre y desaliento.

Sin embargo, Soledad Álvarez recupera, entre una herida y otra, su descomunal fuerza de la primera persona, del yo poético, que se vuelve simbólicamente múltiple, “las mujeres que soy”, y de esa forma, la confesión de que “es el alma la que entrega el poema / escribiéndose en el silencio de un cuerpo”. Porque, en definitiva, el poema libera “la gozosa floración de los sentidos”.