Desafío de historiar el mañana

Desafío de historiar el mañana

Desafío de historiar el mañana

José Mármol

El segundo libro más vendido de Juval Noah Harari es el titulado “Homo Deus. Breve historia del mañana” (2016). Pertrechado de cierto humanismo liberal y sus ideales tradicionales el pensador plantea, como tema central del libro, el pronóstico de que en el siglo XXI los humanos concentraremos nuestros esfuerzos en lograr tres objetivos fundamentales: la inmortalidad, la dicha y la divinidad.

No obstante, el propio autor identifica el factor que socavaría los cimientos de ese sueño humanista: las tecnologías poshumanistas; es decir, la biotecnología o ingeniería genética y la infotecnología.

Historiar el mañana podría concluir en contar la historia de nada; es decir, la negación radical de lo que hemos sido.

La cuestión clave de historiar el mañana es dar respuesta a preguntas acerca de qué vamos a hacer con nosotros mismos, en qué se centrarán nuestra atención y nuestra inteligencia y qué seremos capaces de hacer con el poder que nos otorgan la biotecnología, la tecnología de la información y el medio digital.

De acuerdo con este ensayo, los tres problemas que han acosado a la humanidad son, primero, la hambruna, que tuvo un saldo de casi tres millones de muertos en la Francia disoluta de Luis XIV, unos diez millones en la revolución agrícola de Mao Tsetung y diez millones de campesinos en la URSS de Stalin. En segundo orden, la peste en general, que como Peste Negra costó la vida a entre setenta y cinco y doscientos millones de personas en la Eurasia del siglo XIV, más casi cuatro millones de almas sacrificadas en Europa.

Además, el virus de la viruela, traído al Nuevo Mundo por los europeos, mató en apenas sesenta años de conquista a veinte millones de nativos mexicanos. Y, en tercer lugar, la guerra, que entre 1914 y 1918 segó la vida de cuarenta millones de personas, mientras que su segunda versión de cruel espectáculo mundial, entre 1939 y 1945, elevó la suma de muertos a entre cincuenta y cinco y sesenta millones.

Este panorama dantesco, en cambio, va a ser muy distinto en las últimas décadas, en las que hemos logrado controlar, aunque no diezmar del todo, esos tres grandes males de la humanidad. La hambruna, aunque no ha desaparecido por completo y millones de personas la padecen por año, se ha podido paliar con políticas globales y mecanismos de cooperación.

Se calculan hoy día más muertes por obesidad que por hambre. Las muertes por enfermedades se reducen y las epidemias como el VIH, el ébola y otras son controladas con saldos de víctimas mortales inferiores a los de otras épocas.

El azúcar mata hoy más gentes que la pólvora. La guerra, aunque persiste en regiones y países, al tecnificarse y teledirigirse, tiene saldos menores de víctimas mortales.

De hecho, en buena parte de las naciones de hoy día la guerra es algo inconcebible. El terrorismo, como derivado de esta, a pesar de su resonancia y efectos mediáticos, es en esencia más un espectáculo que una guerra. La sobredimensión de sus efectos se debe mucho más a la reacción desmesurada de algunos Estados.
Sin embargo, son los peligros de nuestro propio poder que se convierten en la mayor amenaza de que no exista un mañana que narrar o historiar.

El crecimiento económico, la revolución tecnológica, la expansión del conocimiento y las iniciativas globales en materia de derechos han permitido reducir los efectos mortales de esos tres grandes males. Lo más grave es, que el crecimiento, modernización y desarrollo a que aspiramos lleva consigo el germen destructivo del planeta, “nuestra casa común” como lo llamó el papa Francisco.
¿Qué de mañana vamos a historiar?



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