Los políticos, casi todos, rinden tan pésimo servicio al país que este agonizante 2018 lo dilapidaron, desperdiciando muchísimo tiempo, esfuerzo y dinero en discusiones sobre cambiar la fórmula del agua tibia, atribuir a la invasión haitiana igual inevitabilidad que la fuerza de la gravedad o justificar inexplicables riquezas de notorios bandidos con más avilantez que mérito. La honestidad la explican sin ejercerla ni apreciarla.

Casi todos nuestros problemas están demostrablemente enraizados con un abono común: el débil imperio de la ley, el vacilante debido proceso, la cómplice impudicia judicial que crea impunidad. Las corrupciones comunes que flagelan nuestra sociedad, empobreciendo o envileciendo a muchos, sólo pueden darse porque la ley no se impone, los debidos procesos se violan, la justicia es remisa y la impunidad flagrante.

Pese a todo esto, mas que gracias a ello, increíblemente crecemos; avanzamos notablemente en tantos aspectos que nos convertimos en destino de migrantes (no solo haitianos); ejemplo de estabilidad y progreso para organismos internacionales. ¿Será mucho soñar imaginar cuánto más, mucho mejor, seríamos si tratamos?