Caballeros y Armaduras, fiel a una época de heroismo

Caballeros y Armaduras, fiel a una época de heroismo

Caballeros y Armaduras, fiel a una  época de heroismo

Aspecto del espléndido caballo con sus arreos de batalla. fotos César Langa Ferreira

Al penetrar en el Alcázar de Colón, la morada del primer virrey de Indias, don Diego Colón, hijo del almirante descubridor de un nuevo continente, vemos a boca de jarro una reproducción hecha en papel maché, material muy utilizado en el siglo pasado para hacer toda clase de objetos y que consiste en humedecer papel hasta reducirlo a una pasta que se mezcla con cola, se modela la figura que se quiere hacer y luego se deja secar.

Una vez seca, se pinta y se le da una terminación de brillo o glaseado.

El caballero con armadura y lanza, montado en su corcel.

El caballo de papel maché, con sus arreos de batalla, es de las piezas más evocadoras y románticas,
En la época medieval, en la Europa cristiana, el muchacho de noble cuna, por lo general se hacía caballero. Esto implicaba todo un proceso de aprendizaje que comenzaba en la infancia.

A los siete años, el futuro caballero era enviado a un castillo de algún amigo o aliado de su padre.
Allí comenzaba su aprendizaje como pajecillo del señor del castillo, practicando las virtudes de la humildad y el respeto. Con las damas de la casa aprendía a rezar fervientemente, a tener modales graciosos y más adelante, en cuanto se hacía adolescente, el arte de cortejar las damas.

En cuanto cumplía doce años, empezaba para él la práctica del arte de la equitación. El saber manejar con destreza un caballo, seria en su vida tan importante como el manejo de la espada y la lanza.

Además de montar a caballo, aprendía a cuidar de su cabalgadura a la que atendería y protegería más que a su futura esposa e hijos.

Gran significado
El caballo significaba para el caballero, su modo de vida, además de su medio de trasporte y su aliado en la batalla. A la vez que, a montar, debía empezar a dominar el duro arte del manejo de la espada y la lanza, al tiempo que se hacía diestro en la defensa por medio del escudo.

A los catorce años, el muchacho debía ejercitarse constantemente, caminar enormes trechos con el fin de que sus piernas se fortalecieran.

Aprendiz de caballero
Los ejercicios para el aprendiz de caballero, eran rudos y constantes, su cuerpo debía fortalecerse al máximo para soportar los rigores de la vida a la que estaba destinado.

A esa edad pasaba a ser escudero del señor, teniendo a su cargo los caballos y las armas del amo del castillo. Debía trabajar constantemente en el cuidado de las armas, así con una esmerada atención a los caballos, las nobles bestias de las cuales dependían la vida y la seguridad del amo del castillo.

Para el adolescente comenzaba una vida llena de aventuras, en constante contacto con su caballo que sería en lo adelante su más fiel aliado. Como escudero del señor, lo acompañaría en sus viajes, visitas a otros señores y a la corte. Está constantemente a su lado en las batallas, colocándose detrás de el en los combates, atento a proporcionarle lo necesario, ya fuese un nuevo caballo o un arma.

El adolescente que vestía ya la armadura, se había convertido en un joven vigoroso que soportaba fácilmente el enorme peso de aquella infernal vestidura y con ella puesta, se mostraba diestro al manejar el caballo y las armas. A los veinte años lo armaban caballero.

Para ello debía primero ayunar, después confesarse y comulgar con el padre capellán del castillo. Esa noche de víspera, la pasaba velando sus armas en la capilla. Al día siguiente, entraba en la iglesia con la espada colgada del cuello, el capellán bendecía la misma y el aspirante a caballero se arrodillaba delante del señor en cargado de investirlo. Ante él, juraba cumplir los deberes que la caballería imponía.

Acto seguido los padrinos le calzaban las espuelas, le ponían la coraza y demás prendas de la armadura y le ceñían la espada. Una vez hecho esto, el señor le daba el abrazo que consistía en tres golpes con la espada, espaldarazo y en el rostro una bofetada, mientras proclamaba que, en el nombre de Dios, de san Miguel, de Santiago, protector de España, te hago caballero, para que seas valiente, atrevido y leal.

El nuevo caballero tomaba el yelmo, el escudo y la lanza, montaba en su caballo y daba vueltas blandiendo la lanza. La ceremonia terminaba con un opíparo festín.

Momentos estelares
Las cruzadas fueron los momentos estelares de la caballería. Pero España continuó la lucha contra el moro, invasor de su tierra.

La hazaña religiosa militar de las Cruzadas a Tierra Santa consagro a los caballeros que participaban fascinados en aquella guerra.

Las cruzadas originaron las órdenes militares de caballería, la primera de las cuales, los Templarios, llego a cobrar una importancia enorme, hasta hacerse una especie de multinacional, dentro de los estados europeos, rivalizando con los reyes de la época, lo que trajo su desgracia. Uno de ellos, Felipe el Hermoso de Francia, logró que el Papa disolviera la orden.

Su ira no paro hasta ver ardiendo en la pira a Jacques de Morlay, Geoffroi de Charney y Hugues de Peraud. Las hazañas de aquellos hombres, jinetes en briosos corceles, dio origen a numerosas historias y leyendas. Sus proezas y valor se fueron acrecentando.
Los trovadores cantaron sus aventuras en versos que entonaban con melodías cadenciosas.

El caballo ataviado

— Época de heroismo
El caballo del Alcázar, ataviado con su testera empenachada, silla repujada y arreos de plata, testimonio de aquella época nimbada de heroísmo que desembarcó un buen día en una tierra nueva y misteriosa, haciendo que el mundo cambiara.

*Por MARÍA CRISTINA DE CARÍAS, CÉSAR IVÁN FERIS IGLESIAS Y CÉSAR LANGA FERREIRA



El Día

Periódico independiente.

Noticias Relacionadas