Yo me preocupo
No sé si a ustedes les pasa que cuando alguien les dice “no te preocupes”, comienzan a preocuparse antes de que acabe la frase.
En estos tiempos de autoestima perfecta y felicidad eterna, está totalmente sentenciado el que nos preocupemos. ¡No hace falta! Siempre hay una solución.
No voy a quitar validez a esa afirmación, pero sí voy a romper una lanza por aquellas personas que real y efectivamente se preocupan y lo manifiestan.
Cada uno maneja sus emociones de una manera, ni buena ni mala, pero sí propia. Aquellos que dicen no preocuparse, mantienen la calma y enfrentan todo con la razón, bien por ellos (aun cuando lo lleven por dentro, de eso estoy segura).
Pero quienes necesitan expresarlo, verbalizarlo, aceptarlo y manejarlo de una manera más directa, pues también bien por ellos.
Es su forma de enfrentar las cosas y hay que respetarlo. En ambos casos, lo importante es llegar a esa solución que resuelva la situación que se presente, pero cada uno que encuentre el camino para hacerlo. Porque, si ya de por sí tienes un problema y encima te presionan para que “no te preocupes”, llegas a tener dos.
Querer estandarizar los sentimientos y las reacciones es algo que no entiendo, sinceramente. Y no estoy defendiendo el drama o la ansiedad; estoy abogando porque se permita que quien necesite sacar las cosas de dentro lo haga y no tenga miedo a que por ello le critiquen o le juzguen.
En el mismo instante en que verbalizas un problema, ya has dado el primer paso hacia la solución; si, por el contrario, todo te lo guardas y tratas de mantener una compostura constante, llega el momento en el que explotas. Así que, si quiere preocuparse, hágalo, si esa es la forma que necesita.
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