La humanidad vive en este primer cuarto del siglo XXI una seria tragedia social, económica, política, sanitaria, moral.
Una tragedia con poca recurrencia a referentes espirituales. Una tragedia que abarca los diversos continentes, y que envuelve a los seres humanos en una gran incertidumbre, en una profunda crisis de sentido, de expectativas y de credibilidad. ¿Hacia dónde vamos? El gran egoismo de unos pocos ha hecho que prevalezca una estructuración en el mundo, que viene dando muy lamentables resultados en muy variados órdenes.
El Covid-19 se ha venido a agregar como huésped indeseado, acrecentado el malestar general. Ciertamente el virus no ha discriminado, pero no me cabe duda que ya, sus efectos más dolorosos e insoportables los padecen los más pobres, quienes, por lo general viven en condición de hacinamiento.
El crecimiento extraordinario del desempleo, la quiebra de pequeños negocios, la disminución del ingreso, el encarecimiento de la canasta familiar, están dando lugar a la emergencia de una pandemia que sí discrimina: La pandemia del hambre y la desnutrición. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha ofrecido un dato que probablemente se queda corto: que alrededor de 14 millones de personas de la población de América Latina y el Caribe (2.3%) podrían pasar hambre en la actual coyuntura mundial.
Es de presumir que el incremento del hambre y de la desnutrición, así como de una diversidad de efectos colaterales del coronavirus, darán lugar, en nuestra particular estructuración a muchas enfermedades.
De manera directa, la desnutrición de las mujeres en estado de gestación, servirá para generar muertes infantiles, coadyuvará a la disminución del peso de los infantes al nacer y hasta al incremento de las muertes maternas.
Frente a estas perspectivas creemos que es esencial una política preventiva que contemple abarcadores programas de ayuda económica y de alimentación para embarazadas, y que asegure intervenciones vitales tales como son atenciones prenatales y postnatales, vacunas, etc.
En la actual situación nos duele sobremanera que a nivel internacional se puedan diferir fondos destinados a investigación para descubrir la cura del cáncer y de otras enfermedades catastróficas.
La justa esperanza de millones de seres humanos que sueñan con el referido descubrimiento no puede ser tronchada.
En las difíciles condiciones nacionales e internacionales actuales, somos del criterio de que se hacen indispensables importantes rupturas.
No estamos en tiempos de medias tintas ni vacilaciones. No se puede seguir padeciendo las abusivas e irracionales estructuras, relaciones y situaciones que hemos tenido por tanto tiempo, las cuales son responsables de injusticias, inequidades y sufrimientos.
La calidad de la vida humana tiene que cambiar en la República Dominicana, y tiene que cambiar también el curso de corrupción y mal comportamiento ético reinante en nuestra sociedad. Hay que actuar ya, porque, digámoslo claro, hay que impedir que el barco se hunda.