Violencia en el tuétano

¿Y esa violencia, dónde la ponemos? Puede resultar difícil para la generalidad de quienes ayer se interesaban y comentaban un hecho de sangre ocurrido al amanecer entre personas que por lo visto desayunaban en un restaurante o centro de diversiones de la Capital.
Después hemos visto, al parecer en una declaración de esas que se dan sin pensarlo mucho, que la persona detenida por los disparos que privaron de la vida a uno y dejaron herido y hospitalizado a otro, atribuía su conducta a una reacción por “un galletón bacanísimo”.
Parece, sin dudas, excesiva la respuesta, a menos que los disparos se hubieran producido al calor del golpe, algo que no sabemos, pero sobre lo que no nos detendremos.
En realidad nos interesa la violencia típica y personal presente en la comunidad nacional, a pesar del tiempo que todo lo cambia, y que debió de haber hecho ya de la nuestra una sociedad madura, con un carácter asentado.
Si después de tantos años de críticas y monsergas contra este tipo de comportamientos —de los que se puede afirmar que son decididamente primitivos— insistimos en ellos, tendremos que aceptar que son culturales.
Las pautas de este tipo son bastante difíciles. Removerlas puede costar la colaboración de varias generaciones, lo cual puede llegar a ser bastante difícil entre nosotros, que hasta para concluir una obra pública iniciada por un gobierno, el siguiente prefiere abandonarla si no le es posible la elaboración de un nuevo presupuesto.
Es nuestra marca continental, recogida en expresiones literarias como el Martín Fierro, en el que José Hernández retrata al gaucho; La vorágine, de José Eustasio Rivera, a donde fue a dar su aprehensión de la violencia de los esmeralderos colombianos, y por qué no, Compadre Mon, en el que nuestro Manuel del Cabral hilvana la dominicanidad en la atmósfera continental.