La vida continua aún con la pandemia. En este 2020 nos ha tocado celebrar cumpleaños, aniversarios, nacimientos y hasta decir el adiós definitivo a un ser querido, en el confinamiento, con nuestro círculo más cercano o a la distancia “con el pueblo” en conferencia.

Hemos tenido que adaptarnos y lo seguiremos haciendo.

Las vacaciones no serán la excepción a la regla. Los que tenemos un empleo también debemos “descansar” y nos corresponde por ley, aún si decidimos no salir de la ciudad o del país, necesitamos desconectarnos del trabajo, sobre todo porque este año la carga emocional y la presión laboral ha sido mayor.

Los que están trabajando de manera presencial han tenido que aprender a aceptar la mascarilla como parte de su cuerpo y manejar el pánico al contagio; pero los que están en “teletrabajo” tienen que lidiar con espacios no adecuados para las labores, el calor, la pela de los apagones y abusadora factura eléctrica que, a pesar del cambio, todo sigue igual.

A todo esto tenemos que sumarle el dolor de cabeza de los supermercados, cada vez es más lo que pagamos por las mismas cosas que compramos; la locura de la gente que anda desquiciada en las calles, y la falta de dinero y es que si el Gobierno está en quiebra, ¿que nos queda a nosotros? Con este panorama a la vista, las vacaciones cobran mucha importancia. Son un oasis.

A partir de hoy, viviré en contemplación por varias semanas. Sí, estaré de vacaciones. Tal vez no serán días de viajes, pero tengo la certeza de que serán días disfrutados porque tengo lo principal para ello, mi casa, mis hijos y a mi misma.

Recuerden que la felicidad está en saber apreciar la grandeza de las pequeñas cosas. Creo que esta es una de las grandes lecciones del Covid-19. Lo importante es la salud y a quienes tenemos al lado.