Una pausa necesaria

Una pausa necesaria

Una pausa necesaria

Rafael Chaljub Mejìa

Hago una pausa, para apartarme del día y evocar en mi recuerdo a una legendaria mujer que acaba de morir.

La veterana militante comunista albanesa Nexhmije Hoxha. Durante la Segunda Guerra Mundial combatió a los ocupantes fascistas, italianos y alemanes, contra los cuales los comunistas y patriotas de Albania libraron una valiente guerra que culminó con la liberación nacional y el inicio de la construcción del socialismo en ese pequeño país de los balcanes.

En 1948 fue diputada a la Asamblea Nacional Popular, principal órgano legislativo del país. Fundadora del Partido Comunista de Albania –PTA-, en el cual militaba desde los tiempos mismos de los trabajos clandestinos dirigidos por Enver Hoxha, Hisny Kapo, Alí Kelmendi y otros camaradas; trabajos que cristalizaron el 8 de noviembre de 1941, cuando quedó fundado el entonces Partido Comunista, luego Partido del Trabajo, de Albania. En 1966 fue designada Directora del Instituto de Estudios del Marxismo-leninismo, funciones que ejerció durante muchos años.

En 1991 cayó el poder popular en Albania y vino la persecución de los comunistas. Nexhmije era la esposa del prominente líder camarada Enver Hoxha, que había fallecido varios años antes.

Fue perseguida, apresada, sometida a juicio bajo cargos criminales que sus acusadores nunca pudieron probar. Pero era que la contrarrevolución había restaurado su poder y venía por la revancha.

La condenaron a nueve años, de los cuales la viuda de Enver cumplió cuatro y al salir de prisión quedó reducida al confinamiento en que se vio obligada a vivir junto a su familia. Hasta que ayer, al fin, con noventa y nueve años a cuestas terminó de marcharse.

Yo tuve la suerte de conocerla personalmente, cuando en representación del Partido Comunista del Trabajo –PCT- me correspondió viajar varias veces a Albania.

Nexhmije Hoxha era una figura de aspecto venerable. Solemne. De apariencia discreta, aunque pertenecía a la más alta jerarquía del poder. Aún en los tiempos de la derrota, hasta donde he sabido, conservó su temple y su altivez.

El último escrito suyo que conocí fue una carta que hace años ella le enviara al hoy también extinto camarada brasileño Joao Amazonas. No había allí indicio alguno de claudicación ni arrepentimiento.

Al contrario, reflejaba firmeza. Ante su muerte, evoco su recuerdo, desde las convicciones de siempre, le dedico estas líneas y simbólicamente se las dejo como una rosa roja junto a su sepultura.



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