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Tumba de Máximo Gómez está en el cementerio Colón

El Día Por El Día
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Cuba.-Hablar de cementerios es una actividad inusual para mucha gente, porque esas ciudades óseas son consideradas por quienes evaden el discurso fúnebre como espacios tenebrosos y desalentadores.

Sin embargo, el turismo funerario está ganando un terreno importante en este mundo globalizado en el que hasta la internet se ha convertido en un recurso para conservar en nuestra memoria a quienes abandonan el mundo de los respirantes.

 Los cementerios son también fuentes inagotables para conocer la arquitectura,  cultura,  costumbres,  creencias religiosas,  gustos de los pueblos y, sobre todo, para acercarnos a personalidades del pasado.

Espacios de historias

A cementerios como Pere Lachaise y Montparnasse, en París; High-gate, en Londres, Novy Zidovsky Hrbitov, en Praga; Almudena, en Madrid; La Recoleta y Chaca-rita, en Buenos Aires, y Colón, en La Habana, acuden los turistas y también la gente común a dialogar secretamente con los personajes de sus preferencias:

Frederick Chopin, Jim Morrison, Edith Piaf, Oscar Wilde, Marcel Proust, Simone Signoret, Jean de La Fointane, Honorato de Bal-zac, Jean Baptiste Poquelin (Moliere) y Miguel Ángel Asturias, Charles Baudelaire, Eugène Io-nesco, Samuel Beckett, Jean-Paul Sartre, Jean Seberg, Serge Gainsbourg, Porfirio Diaz, y   la actriz dominicana María Montez, Karl Marx, George Elliot  y Virginia Woolf y Franz Kafka.

Paseo por el camposanto

 Siento una pasión delirante por los cementerios. Para mí un viaje nacional o internacional no es pleno ni satisfactorio si no incluye un paseo por el camposanto más antiguo del pueblo, ciudad o país visitado.

Eso me permite sumergirme en una dimensión de paz ajena al bullicio de los vivientes y deambular en un espacio tranquilo, donde reina el silencio a plenitud. Caminar entre mausoleos y tumbas, descifrando en callejones angostos el lenguaje lapidario de los epitafios, es reconfortante. 

Muchos opinan que los cementerios funcionan como cajas de sorpresas, pues en ellos se puede encontrar fácilmente lo que no se busca, como me ocurrió en el cementerio Colón, en La Habana, Cuba.

Estuve allí con el propósito de visitar las tumbas de tres escritores cubanos de mi preferencia: José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, así como el panteón del generalísimo dominicano Máximo Gómez.

Impresionante

 El cementerio Colón es arquitectónicamente uno de los más impresionantes de Hispanoamérica. Sus visitantes, además de recibir el frescor de cientos de palmeras plantadas en sus 56 hectáreas, circulan entre réplicas de iglesias italianas, pirámides egipcias, mausoleos clásicos, vitrales medievales e incontables losas de mármol y granito depositarias de centenares de epitafios cuyos mensajes intentan purificar las almas de quienes reposan debajo de ellos.

Los escritores Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Nicolás Guillén y Dulce María Loynaz son cuatro de sus más distinguidos huéspedes.

Tumbas con leyendas

 Hay tumbas que por las leyendas surgidas en torno a ellas son visitadas asiduamente por los turistas funerarios, entre ellas la de Amelia Goyri de Adot, conocida como “La Milagrosa”.

La fábula reza que, luego de morir de parto, Amelia fue sepultada junto a su recién nacido, pero años después al abrir su sepulcro para enterrar a su suegro, la criatura apareció entre sus brazos y ambos cuerpos estaban intactos.

Desde entonces la gente va diariamente a pedirle milagros. Alrededor de dicha tumba numerosos testimonios de personas agradecidas.

Fábulas entre fábulas

 De la tumba de Jeannette Rvder, bautizada como “la del perrito, o de la fidelidad”, cuentan los guías de allí que el único sobreviviente de los perros que dejó huérfanos tras su muerte, quien fuera la fundadora de la primera Sociedad Protectora de Animales de cuba, la visitaba diariamente hasta que el hambre y el cansancio lo mataron estando sobre el sepulcro de ella.

La tapa del nicho es una escultura de la fenecida con el perrito en la parte inferior.

 La de Margarita Pacheco es una historia sentimental y apasionada: tras su muerte a destiempo su esposo Modesto Canto se apersonaba todos los días a su sepultura, portando un violín,  a tocarle canciones de amor. Luego de fallecido éste, los hijos de la pareja continuaron por un tiempo la tradición musical. A ésta le llaman la tumba del Amor.

El doble tres

 No menos llamativa es la leyenda de la tumba del “Dominó” que tiene tallada sobre el nicho una voluminosa ficha de dominó: el doble tres. En ella descansa una enviciada jugadora del dominó que luego de perder su fortuna apostando a dicho juego cayó fulminada por un ataque cardiaco, con el doble tres apretujado en sus manos.

 Eso es lo que vende la administración y los guías del cementerio Colón al visitante extranjero: un turismo funerario folklórico, rico en anécdotas, pero solamente útil para alimentar la curiosidad, la fantasía y el asombro del viajero.

Esos son los lugares y personajes destacados en el  brochure informativo que el público adquiere por un dólar y cincuenta centavos. De esas tumbas  hay fotos atractivas y un mapa localizador.

 Al inicio del largo recorrido, que conduce hasta esos espacios folklóricos, los guías cruzan frente a los monumentos dedicados a Mariano Martí y Leonor Pérez, padres de José Martí, y a Calixto García, prócer independentista y, aunque sin detenerse mucho en ellos, se lo hacen notar al cliente.

Entregado a la causa

 Sin embargo, frente a esas mismas personalidades cubanas, justo al cruzar la calle principal del cementerio, está la tumba de Máximo Gómez, un dominicano que entregó a la causa independentista cubana no solamente la vi                                                                                                                                                                                                                                        da de su hijo Panchito Gómez Toro, sino también el coraje de un hombre de armas que a fuerza de machetes y pólvora dio a ese pueblo hermano la independencia que sus ciudadanos no pudieron lograr solos.

 Máximo Gómez fue comandante de casi todos los grandes enfrentamientos armados librados por Cuba contra el invasor español, hasta alzarse con el triunfo definitivo. Fue un hombre de acción estampado por el heroísmo. Eso lo saben José Martí, Antonio Maceo, el propio Calixto García y los escasos habitantes de esa isla que conciben la gratitud como la más noble de las virtudes humanas.

En la primera etapa de la independencia cubana Gómez estuvo en primera fila en Bijarú, Jiguaní, Cobre, Santiago de Cuba, Guantánamo, Baracoa, Samá, Ti-Arriba, El Cristal,  La Sacra, Palo Seco, Naranjo, Mojacasabe, Guásimas, Río Grande, Marroquín, la Herradura, Ranchuelo y Potrerillo, siempre con sonado éxito.

Y cuando, en el momento culminante del proceso liberador Martí sintió la necesidad de tener  el apoyo de un espíritu aguerrido, no vaciló en clamar por su ayuda. A esa época pertenecen sus triunfos en Dos Ríos, Camagüey, Altagracia, Mulato, San Jerónimo, Villas, Pelayo, Matanzas y La Habana. Demasiado carga para un solo hombre, pero él pudo con ella.

Llamativa y  bien cuidada

Es cierto que su tumba en el cementerio Colón  es llamativa y está bien cuidada. En ella se destaca un pequeño obelisco con la efigie de Gómez, construido con mármol marrón brilloso y diseñado por E. Astudillo, y dos nichos que demarcan el pasillo que conduce a éste.

Pero la tumba es totalmente anónima, solamente identificable por quien conozca muy bien el rostro del generalísimo Gómez.

 Un rostro que no dice absolutamente nada al turista que llega a ese camposanto habanero, y muy poco a las generaciones cubanas de hoy. No tiene ninguna inscripción que lo identifique   a él ni a los ocupantes de los dos nichos. Los guías, por su parte, se limitan a informar  a quienes usan sus servicios que esa tumba pertenece a un dominicano que peleó en la guerra de independencia, pero sin más explicación que esa.

   Máximo Gómez, tan héroe de la independencia cubana como José Martí y Antonio Maceo, merece un trato más acorde con su sacrificio y entrega a un territorio al que sin verlo nacer se dio sin fijar condiciones ni exigir recompensa alguna.

A la gran mayoría de cubanos de hoy parece no importarles mucho  Máximo Gómez, por razones que no comprendo totalmente.

Gesto  de nacionalismo

 Los restos de José Martí y de Antonio Maceo deberían ser trasladados desde los camposantos de Santiago de Cuba y de Cacahual, respectivamente, al cementerio Colón, donde el pueblo cubano, en un gesto singular de nacionalismo, les levante, junto a Máximo Gómez, un gran mausoleo donde las generaciones presentes se reencuentren con los tres ideólogos y ejecutores de su nacionalidad.

Con razón ha escrito Néstor Carbonell: “Terminada la lucha liberadora, Máximo Gómez fue para los cubanos, como árbol frondoso, como fuente de agua pura: maestro y padre.  En el Vedado, rodeado de flores, exhaló el último suspiro. Como un santo murió: le acompañaron las lágrimas de todo un pueblo. ¡De un pueblo que en ocasiones parece haberlo olvidado!”.

 El pueblo cubano, por gratitud y patriotismo, debe colocar una lápida de bronce o mármol en la tumba de Máximo Gómez con un texto que resalte su entrega a esa nación.

Pero si ocurre que el Gobierno dominicano, a través del Ministerio de Cultura o de la institución correspondiente,  tenga que donarla, sugiero la siguiente inscripción: Generalísimo Máximo Gómez. Baní, Republica Dominicana, 18-11-1836  |  La Habana, Cuba, 17-6-1905

Militar dominicano realizador de la independencia cubana.  

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