Sufrir con sentido: cuando el dolor también obedece a un plan

‘Sufrir con sentido: cuando el dolor también obedece a un plan’. La vasija rota: En un monasterio antiguo, los discípulos se turnaban para llenar una gran vasija de agua y regar el jardín del templo. Uno de ellos, joven y recién llegado, notó que la vasija tenía una grieta por la que se escapaba el agua durante el trayecto. Indignado, fue a decirle al maestro:
—¡Maestro, esta vasija está rota! ¡Es inservible!
El sabio lo miró con dulzura y respondió:
—¿Has notado que el camino por donde ella pasa está lleno de flores silvestres?
—Sí… —contestó el discípulo, aún confundido.
—Las flores crecen porque el agua que se escapa las alimenta cada día. Esa grieta, que tú llamas defecto, ha sido el origen secreto de la belleza del sendero.
Y añadió:
—Lo que te duele, hijo, a veces florece en lugares donde tus ojos aún no saben mirar.
El sufrimiento y la soberanía de Dios
Cuando hablamos de la soberanía de Dios, nos referimos a que nada —ni siquiera el dolor— queda fuera de su conocimiento, su propósito o su poder redentor. No todo lo que ocurre es querido por Dios, pero sí puede ser usado por Él.
La soberanía no es una explicación fría del sufrimiento, sino una esperanza ardiente: hay un sentido mayor incluso en aquello que nos rompe.
Aceptar esta idea transforma la forma en que enfrentamos el dolor: ya no es castigo ciego ni accidente absurdo, sino parte de una historia más grande que aún no hemos terminado de leer.
David: el olvidado que fue elegido
David lo sabía. Era el menor de sus hermanos, el más ignorado, el último en ser considerado. Cuando Samuel llegó a la casa de Isaí para ungir al nuevo rey de Israel, ni siquiera fue llamado al encuentro. Todos los demás fueron presentados como opciones… menos él.
Incluso el profeta, al ver al mayor, pensó: “Ciertamente este es el ungido del Señor.” Pero Dios le respondió con firmeza:
“No mires su apariencia ni lo alto de su estatura, porque yo lo desecho. El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16:7)
David fue rechazado por su familia y subestimado por el profeta. Sin embargo, no permitió que ese rechazo lo definiera. Mientras apacentaba ovejas y cantaba salmos en el anonimato, creía en un Dios que escribe historias con manos soberanas.
Fue desde la invisibilidad que nació su grandeza. Porque cuando el mundo te olvida, Dios no lo hace.
Psicología del sufrimiento con propósito
El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente de Auschwitz, escribió que “quien tiene un porqué puede soportar casi cualquier cómo”. Su enfoque terapéutico, la logoterapia, se basa en esta idea: el sufrimiento deja de ser insoportable cuando se le encuentra un significado.
En su libro El hombre en busca de sentido (1946), Frankl describe cómo aquellos prisioneros que encontraban un propósito —ver a sus hijos, publicar un libro, cuidar de otros— sobrevivían con más fuerza. La clave no era la ausencia de dolor, sino la presencia de sentido.
En estudios recientes, se ha demostrado que la espiritualidad y la creencia en una providencia divina están fuertemente correlacionadas con la resiliencia postraumática (Park, Edmondson & Blank, 2009, Psychology of Religion and Spirituality). Es decir: creer que el sufrimiento no es en vano protege la mente, fortalece el alma y reorganiza la vida.
Neurociencia del dolor resignificado
El dolor físico y emocional activa regiones del cerebro como la ínsula y la corteza cingulada anterior. Pero cuando ese dolor es reinterpretado con sentido —por ejemplo, al verlo como parte de un propósito espiritual—, otras zonas del cerebro se activan, disminuyendo la intensidad de la experiencia negativa.
Según el Dr. Harold Koenig (2012), investigador en medicina espiritual, “los pacientes que creen en un propósito divino en su enfermedad manejan mejor el dolor, toleran mejor la incertidumbre y presentan mejores tasas de recuperación y bienestar general.”
En otras palabras, creer en la soberanía de Dios no elimina la herida, pero cura el alma desde adentro.
Filosofía: ¿Puede el mal tener sentido?
Desde la antigüedad, filósofos como Agustín, Boecio y Tomás de Aquino reflexionaron sobre el mal y la providencia. Para ellos, el mal no era creación de Dios, sino ausencia del bien, y muchas veces instrumento misterioso de crecimiento. Boecio escribió en prisión: “A veces la prisión libera más que las puertas abiertas, porque adentro el alma aprende lo que afuera no escuchaba.”
Esta es la paradoja del dolor: nos arranca lágrimas… pero también nos abre los ojos.
La Escritura no calla ante el dolor
La Biblia no evade el sufrimiento: lo atraviesa. Job, el hombre justo que perdió todo, termina diciendo:
“De oídas te había oído, pero ahora mis ojos te ven.” (Job 42:5)
Y Pablo, escribiendo desde una prisión, afirma:
“Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.” (Romanos 8:28)
No porque todo sea bueno… sino porque Dios tiene la última palabra, incluso sobre lo malo.
Cuando el alma sangra, Dios aún escribe
La soberanía de Dios no es una garantía de que no sufriremos. Es la promesa de que ningún sufrimiento será en vano. Cada lágrima regará un terreno que hoy no entendemos, pero que mañana quizás dé fruto.
David fue menospreciado, ignorado y dejado atrás. Pero creyó en el Dios que ve lo que otros no ven. Y desde esa fe brotó un rey, un salmista… y un legado eterno.
Porque cuando el mundo te rechaza, y aún tú mismo dudas de tu valor, hay una voz que no calla: la del Dios soberano que escribe destinos desde lo invisible… y que muchas veces comienza su obra justo en el lugar donde tú pensaste que todo se había roto.
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Yovanny Medrano
Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz