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¿Somos tan pobres?

El Día Por El Día

Cuando se habla de pobreza lo primero que hace el sentido común es buscar el indicio monetario, que puede llegar a ser tan sencillo como meter la mano en uno, dos o varios bolsillos y sacarlos afuera.

Virar el bolsillo era antes la prueba palmaria de que no se tenía dinero ni para caerse muerto.

Pero la realidad es que esta carencia no era más que una de las muchas formas en que puede presentarse esta calamidad social en su forma individual.

Hoy todavía es así y por esta razón oímos hablar de la pobreza monetaria como si fuera la condición extrema de este flagelo.

Un mundo en que el dinero puede llevar a la superación de muchas necesidades, valerse de la carencia monetaria para calificar o medir la pobreza no es, precisamente, estar descaminado.

Se puede, sin embargo, tener mucho o algo de dinero y carecer de las vías para satisfacer necesidades básicas sin las cuales se es pobre no importa si se tiene dinero.

El agua potable, salud, vivienda, educación y sanidad, son algunas de estas necesidades que deben ser satisfechas para considerarse por encima de la línea de una pobreza que no tiene que ser monetaria, pero que cuando afecta a uno afecto a otros.

Es una de las formas sociales de la pobreza, sacada a la luz entre nosotros por un estudio de una agencia del Gobierno, la Oficina Nacional de Estadísticas, en relación con el agua, que algunos pueden considerar potable porque ha sido depurada de suciedades de origen, pero que por el hecho de llegar en un camión, correr por cañerías rotas, por falta de constancia en el suministro y por tener que almacenarla para tenerla no puede ser considerada agua limpia.

Según datos de la ONE publicados en la edición de EL DÍA de ayer (Pág. 5), el 95 % de los hogares tiene que almacenar el agua por algún procedimiento.
O sea, ¿somos pobres a pesar del PIB?

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